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Sacramento del bautismo nos salva del pecado original

Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

De qué nos sirve “nacer de nuevo” o “ser salvados”, si hemos respondido ya al llamado de “aceptar a Jesús en nuestro corazón”. Una experiencia de este tipo es necesaria para nuestra salvación.
Según el plan de amor de Dios, el bautismo es necesario para la salvación. Por medio de este sacramento renacemos a la vida divina y nos convertimos en hijos e hijas de Dios. No solamente borra en nosotros el pecado original, otorgándonos la fe y la vida divina, sino que también Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, toman posesión del alma y comienzan a santificarla.
El bautismo es el primero de los sacramentos porque es la puerta que da la bienvenida a los demás sacramentos, y sin éste no se puede recibir ningún otro. Ordinariamente el bautismo es administrado por el obispo, sacerdote o diácono, pero en caso de extrema necesidad o emergencia, cualquier persona que tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia, puede también administrar el sacramento del bautismo. Todo lo que hay que hacer es derramar agua sobre la cabeza de la persona y decir las palabras: “Yo te Bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Pero no olviden de notificarlo a un sacerdote a la brevedad posible para que quede asentado en los libros y actas de la parroquia.
San Pablo en su Carta a los Romanos nos dice en 3,23, “todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios,” y estas palabras nos ayudan a comprender de que somos pecadores. En el capítulo 6,23 San Pablo nos recuerda que “el pago del pecado es la muerte.” La segunda parte de este verso nos da la promesa de que “Dios nos ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.”
En Romanos 5,8 nos dice que “Dios nos ha mostrado su amor ya que cuando aún éramos pecadores Cristo murió por nosotros.” También nos dice en Romanos 10,13 que “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará,” y en Romanos 10,9 dice que “si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás.”
San Pablo prosigue explicándonos como se da la salvación, y nos brinda un camino claro y sólido de saber que realmente nos hacemos uno con Cristo en el bautismo. Pero primero, tenemos que aceptar el hecho de que la salvación significa que morimos con Cristo para tener con Él una vida nueva. ¿Y cómo sucede todo esto?
Nosotros los Católicos creemos que es necesario creer en Cristo y confesarlo con nuestros labios, pero existe aún algo más por hacer. Necesitamos ser bautizados. El mismo San Pablo nos explica como, a través del bautismo, compartimos la muerte de Cristo y recibimos por medio de Él una vida nueva.
Al comienzo del capítulo 6 los Romanos nos dicen, “¿Ignoran acaso que todos nosotros, a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo, hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.” De aquí procede el concepto de que nos hacemos uno con Cristo a través del bautismo y que el mismo San Pablo nos reitera una y otra vez en su carta a los Colosenses 2,12, y a los Gálatas 3,27 donde compara el bautismo a estar “revestidos de Cristo”.
El sacramento del bautismo lleva al creyente desde un simple arrepentimiento, de creer, y de hacer una profesión de fe, a una identificación más profunda con Cristo, en la cual Él es la vid, y nosotros los sarmientos, en donde morimos con Él para resucitar a una vida nueva.
El bautismo no es meramente agregar un significado simbólico a un acto de fe: El Bautismo es una acción que conduce al creyente–en cuerpo, alma y espíritu–hacia una nueva relación e intimidad con Dios.
Hay que tomar siempre en cuenta que los sacramentos no son instituidos por nosotros para dar culto a Dios, sino dados por Dios para nuestra salvación.
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de San Eduardo en Little Rock.

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