
Mauricio Carrasco
Qué bien venidos, por los montes, los pasos del que trae buenas noticias, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación, y que dice a Sión: “¡Ya reina tu Dios!” (Profeta Isaías 52, 7)
El Padre Harry nos explicó que los grandes profetas de Israel, como el profeta Isaías, tenían la gran habilidad de ayudar al pueblo a sentir nuevamente a Dios. Su habilidad de convertir al pueblo dependía de este don. En este aspecto los profetas eran unos verdaderos artistas, porque el artista siempre nos ayuda a sentir algo de una nueva manera. El artista nos ayuda a ver el mundo como si fuera por primera vez, causando que lo familiar parezca algo nuevo e interesante.
Por ejemplo, una buena canción, un gran poema, o una pintura nos ayudan a ver de nuevo el mundo y nuestras experiencias humanas. Incluso, se puede decir que un chiste es una pequeña obra de arte, porque un chiste emplea juego de palabras y utiliza la ironía con el fin de hacernos ver las cosas de una nueva manera que nos hará reír. Podemos decir entonces que una buena obra de arte siempre nos lleva a decir, “¡sí es cierto, nunca lo había visto de esa manera!” En el caso de los profetas, ellos ayudaban al pueblo a darse cuenta de todas la maneras en las que Dios estaba presente en su historia.
Hace unos meses tuve la oportunidad de atender una conferencia católica en la ciudad de Nueva York. Esta conferencia celebraba la fe y la cultura. Vi exposiciones de grandes escritores, escuche un concierto con un programa variado de música, y atendí a una muy buena obra de teatro escrita por Paul Claudel, el gran dramaturgo francés.
Sin embargo, de todo lo que escuché en esa conferencia, las palabras más creativas y profundas vinieron de quien menos me lo esperaba. Recuerdo que estaba platicando fuera del centro de conferencias con un compañero seminarista y una amiga de él.
Aturdido por todo el ruido de los carros y fastidiado por tanta gente que había en la ciudad, le pregunte a la amiga de mi compañero: “¿Cómo puedes vivir en una ciudad con tanta gente y con tanto ajetreo?” Ella me contesto: “Es increíble tener tantas almas que salvar a mi alrededor. ¡Me encanta!” Su tono de voz me sorprendió, ningún poema lo habría dicho mejor. Sus palabras fueron proféticas, nunca pensé en ver la conglomeración de tanta gente como una bendición.
Después me di cuenta que esa joven estaba explorando la vida religiosa, planeando quizás unirse a una orden de monjas en la ciudad de Nueva York.
Sin duda, sé que esa joven está llamada a proclamar la buena nueva del Señor. Para ser profeta se necesita la visión del artista, porque el profeta ayuda a la gente a reencontrarse con Dios dentro de lo familiar y lo insignificante de cada día.
Tres meses antes de mi ordenación al diaconado le pido a Dios que así como esa joven, y así como los profetas, pueda yo ayudar a la gente a sentir nuevamente a Cristo en sus vidas. Espero poder repetir sin cansar aquellas palabras poéticas de esa joven y ganar muchas almas para el Señor.
Mauricio Carrasco, es miembro de la Iglesia de San Rafael en Springdale, es seminarista de la Diócesis de Little Rock y estudia en el Seminario de St. Meinrad en Indiana.