Obispo Anthony B. Taylor
Más no es siempre mejor y bastante es mejor que demasiado. Mujeres que usan menos maquillaje están más hermosas que aquellas que usan mucho. Hombres que usan menos loción huelen mejor que aquellos que usan mucha. Spaghetti con bastante salsa es mejor que spaghetti ahogado en salsa. Lo mismo vale en cuanto el betún para tu pastel, salsa para tus enchiladas y aderezo para tu ensalada: bastante es mejor que mucho.
Esto vale en cuanto a nuestro concepto de nosotros mismos: más no es siempre mejor y bastante es mejor que demasiado. En las Bienaventuranzas Jesús dice que es mejor ser humilde y pobre de espíritu que ser orgulloso, mejor estar en duelo y sentir pena que no poder llorar, mejor ser misericordioso y manso que exigente y agresivo, mejor ser santo y puro que buscar placer, más eficaz construir paz y resistir insultos, prejuicio, persecución y mentiras por medios no-violentos que responder al odio con más odio.
La violencia puede prevalecer a corto plazo, pero ella crea inevitablemente una situación desastrosa a largo plazo, perpetuando una generación más el ciclo vicioso de violencia.
Sin embargo, como sociedad, nosotros americanos buscamos en todo momento lo que es precisamente lo opuesto de lo que enseña Jesús en las Bienaventuranzas.
No buscamos ser pobres de espíritu, buscamos validación, auto-estima, la cual es buena en sí misma, salvo que no comprendimos que humildad, conocimiento de nuestras limitaciones y que estamos obligados a otros, la humildad es necesaria para tener una verdadera y sana auto-estima. Muchos padres no disciplinan a sus hijos debido al miedo equivocado de que hacerles humildes les dañaría de algún modo su auto-estima, mientras de hecho lo opuesto es cierto.
Disciplina y límites claros y consistentes hacen que los niños se sientan seguros y les da un cimiento seguro encima del cual se puede construir verdadera auto-estima.
En cuanto a la 2da Bienaventuranza, nosotros evitamos el duelo y la realidad de la muerte.
No anhelamos ser mansos, queremos poder imponer nuestra voluntad. Lejos de apreciar la justicia, nuestra sociedad pregona la tolerancia de los hechos más inmorales que se pueden imaginar, incluso el matar a los bebés aun no nacidos.
Ni somos misericordiosos; somos el único país del primer mundo que persiste en matar a criminales. Ni somos puros de corazón: no en asuntos de moralidad sexual ni en cuanto a la avaricia y auto-interés de mucha de nuestra política pública.
Nuestro concepto de hacer paz no tiene nada que ver con amor abnegado y todo que ver con fuerza abrumadora, a pesar del hecho que en muchos casos, eso sólo sirve para preparar el terreno para más conflictos en el futuro y que en todo caso es lo opuesto a ser abnegada, dar la otra mejilla, y la enseñanza de Jesucristo de perdonar a tus enemigos.
Y en cuanto a persecución, muchos en el mundo nos consideran perseguidores y colaboradores con sus opresores, y no lo contrario. Vemos eso ahora en Egipto: el levantamiento popular allí no es solamente contra su dictador duro y autocrático, se dirige también contra nosotros porque ellos nos perciben como de apoyo de, y beneficiarios directos de esa opresión.
Así que seguimos el camino falso, buscando felicidad en los lugares inútiles: en poder, posesiones, placer y prestigio pensando que más es siempre mejor y que no se puede tener demasiado de las cosas buenas, y sin embargo nuestra búsqueda del exceso sólo nos deja más y más vacíos en el interior.
La próxima vez que vayas a la tienda, mira si los otros clientes sonríen, si parecen ser felices o no. En las Bienaventuranzas Jesús nos enseña el camino hacia la felicidad. Es el camino de servicio abnegado, el camino de justicia, misericordia y pureza, el camino de paz y resistencia no-violenta al mal. El camino hacia la verdadera felicidad es el camino de la cruz: el camino del amor abnegado.