Como nos imaginamos a Dios es muy importante para nuestra fe

Por Mauricio Carrasco

Mauricio Carrasco

“Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” (Lucas 2, 11-12)

Unos buenos amigos míos tienen una niña llamada Olivia, como de 3 años de edad. Esta navidad me tocó verlos, y me contaron algo muy simpático. Olivia, en una occasion no hace mucho tiempo, tuvo la oportunidad de saludar de mano a un obispo. Llena de emoción se acerco a sus papás y les dijo que había tocado la mano de Dios. Su madre inmediatamente le dijo que el obispo no era Dios, pero la niña contestó que no importaba porque eran lo suficientemente parecidos.
Les cuento esta historia porque la verdad es que todos tenemos cierta imagen de Dios. En mi camino al sacerdocio mi imagen de Dios ha cambiado bastante. Incluso, la imagen que yo tenía de los obispos ha cambiado bastante. Nuestro presente obispo, en particular, ha cambiado mi percepción de un obispo radicalmente. Su sencillez, autenticidad, y humildad han sido un verdadero ejemplo de lo que significa ser un representante de Jesús.
Para un sacerdote, tener una buena imagen de Dios es de suprema importancia. ¿Por qué? Porque el sacerdote es una imagen viviente que Dios nos dejó para recordarnos de Cristo, y así también de Él. Si el sacerdote no tiene una buena imagen de Dios, será muy mal representante de Él aquí en la tierra. En cierta manera, Olivia tiene razón; el obispo y Dios tienen que ser muy parecidos. Lo mismo se puede decir de un sacerdote.
Durante mi tiempo en el seminario, y durante esta navidad en particular, la imagen que más me ha impactado es la imagen de Dios como un niño en un pesebre. San Alfonso de Ligorio explica que en el Niñito Jesús, Dios pone a un lado su divina majestad y nos inspira a acercarnos más a Él. Así como un niño inspira amor, olvida fácilmente una ofensa y perdona, así es nuestro Dios.
Mi más grande miedo al acercarse mi ordenación al diaconado es no poderme parecer más a Dios en este aspecto. Temo que soy mucho más duro de corazón, y continuamente olvido que Dios es mucho más como un niño que como un juez. Tengo esperanza de que algún día, quizás después de muchos años de sacerdocio, mis feligreses puedan acercarse al confesionario y yo les pueda inspirar el mismo amor del Niñito Jesús.
Mauricio Carrasco, es miembro de la Iglesia de San Rafael en Springdale, es seminarista de la Diócesis de Little Rock y estudia en el Seminario de St. Meinrad en Indiana.

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