
Obispo Anthony B. Taylor
Hace seis años y medio yo visitaba el Santuario de la Virgen en San Juan de los Lagos, Jalisco y me asombró ver cuántos estaban allí ese sábado de enero. No era la hora de Misa, y sin embargo el templo estaba lleno de personas rezando, y al mirarlos era muy evidente que estaban rezando de veras.
Estoy seguro que 1) algunos estaban allí para pedir un milagro, 2) otros para cumplir una manda y dar gracias a Dios por favores ya recibidos, como era evidente también por los miles de retablos en las salas al lado derecho del templo, y 3) aún otros habían venido como yo, simplemente para rezar, pasar tiempo con Nuestro Señor y con su Madre. Estos no eran sólo ancianitas piadosas o sacerdotes en vacaciones. La mayoría eran familias jóvenes: fuertes trabajadores jóvenes con sus igualmente trabajadoras esposas y niños. Ninguno de mis tres libros guías de México ni siquiera mencionan San Juan de los Lagos. La gente que se agolpaba en torno al santuario no eran turistas. Habían venido para oír la palabra de Dios y para rezar.
En el Evangelio de Lucas tenemos la misma cosa: La gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Habían tantos, que para conseguir más sitio, Jesús subió a una barca … se alejó un poco de tierra, y continuó a enseñar a la multitud de la barca. Y nótense cuya barca escogió: la de Simón Pedro en quién fundará un día su Iglesia.
Y luego hace algo muy simbólico que tanto les asombró a Pedro, Santiago y Juan que dejaron todo para seguir a Jesús. Ellos eran pescadores, probablemente, como era usual en esos días y no por elección propia sino por heredad, herramientas del trabajo pasaron automáticamente de padre a hijo a nieto, cada generación enseñando la próxima. Pescar era su patrimonio y su empleo, pero no su vocación. Una vocación es siempre una respuesta a la llamada de Dios. En el Evangelio de Lucas tenemos la historia de su vocación.
Jesús les hace echar sus redes para pescar. Ellos protestaron que habían trabajado toda la noche — el tiempo bueno para pescar — y no habían pescado nada. Y ahora a ellos, agotados por haber pescado toda la noche y sin haber dormido por haber escuchado a Jesús todo el día, a ellos les pide Jesús que echaran sus redes en el día y cogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían y sus barcas casi se hundían. Una muchedumbre de peces les agolpaban, como la muchedumbre que se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, y la muchedumbre que se agolpa todos los días para rezar a Dios en San Juan de los Lagos. Jesús les dice: desde ahora serán pescadores de hombres. ¡Esa es su vocación! Así que dejan su patrimonio, su empleo, abandonan sus barcas y las herramientas de su trabajo, su vivienda, hasta sus familias … dejan atrás todo lo que les era conocido y seguro para seguir a Jesús, un hombre que acaban de encontrar, que no les hace ninguna promesa y de quien todavía no saben mucho, pero por quién saben que habían oído la llamada de Dios.
Y ustedes los seminaristas y sacerdotes presentes hoy, ¿acaso no es tu historia también? Jesús nos llama, y yo puedo confirmar de mi propia experiencia que si respondes ofreciéndote a él con todo el corazón ¡él llenará tus redes a rebosar también!