Obispo Anthony B. Taylor
Hay algunas cosas en esta vida que puedes hacer a medias sin sufrir daños graves. Puedes guisar la carne con mucho chile, y como quiera la comeremos, aunque nos de hipo o nos haga sudar mucho. Pero hay otras cosas que debemos hacer con precisión. Por ejemplo, si te haces paracaidista, debes hacerlo con precisión la primera vez porque si no, no habrá una segunda oportunidad. Mejor no hacerlo si no vas a hacerlo bien.
Otro ejemplo son los astronautas que viajaron a la luna: tuvieron que hacerlo todo con mucha precisión, sin fallar en nada, fijándose con mucha concentración en lo que hacían. Una vez que entraron a la cápsula y se encaminaron hacia la luna, tuvieron que olvidarse de todo menos del trabajo del momento. No lo podían hacer a medias sin sufrir daños graves. Los astronautas sabían que debían hacerlo todo con precisión la primera vez, porque si no, no habría una segunda oportunidad. Mejor no hacerlo si no lo hacen bien.
En el evangelio de Mateo, Jesús dice que es lo mismo con el discipulado. Si vas a seguirlo, hay que hacerlo bien o mejor no hacerlo. Ser un cristiano católico fiel es algo como viajar a la luna, pero en este caso no estamos encaminados hacia la esfera celestial sino hacia una persona celestial; y como con los astronautas, debemos fijarnos con mucha concentración en lo que hacemos, olvidándonos de todo menos el seguimiento de Cristo.
Creo que es obvio que muchos de nosotros no vivimos nuestra fe católica con suficiente entrega. Muchas veces vivimos nuestra fe a medias. Hacemos más o menos lo que pide Dios los domingos, y luego dedicamos los otros seis días de la semana a otras cosas. Muchas de estas cosas son buenas, pero ninguna es más importante que nuestra obligación a seguir a Jesús. Y en la medida que nos concentramos en otras cosas, nos olvidamos de lo que es importante de veras. No nos concentramos en seguir a Jesús, nos concentramos en ganar dinero, o en caer bien a otros, o en superarnos. Vivimos igual a los que no creen, con la excepción que vamos a Misa cada ocho días.
En el evangelio de Mateo, Jesús dice muy claramente que eso no basta. Para seguirle de veras, hay que — para decirlo así — darle la espalda a todo lo demás, y concentrar toda nuestra atención y todas nuestras energías exclusivamente en el seguimiento de Jesús. Hay que ver de esta perspectiva hasta las cosas buenas que hacemos, familia, trabajo y sobre todo nuestras posesiones. Ninguno de ellos es más importante que seguir a Jesús; y cada uno sólo importa en la medida que sirve para acercarnos más a él. Seguir a Jesús es como ser un paracaidista, es todo o nada, no se puede hacer a medias. “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo … así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Jesús pide que te entregues a él completamente, radicalmente. Todo depende de tu respuesta.