Fiesta de la Transfiguración es popular en El Salvador

Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

Amigos míos, les escribo desde la comunidad de Santa María en Siloam Springs. Ha sido para mí una experiencia maravillosa el tener por primera vez la oportunidad de aprender el carisma, la espiritualidad y la cultura de nuestros hermanos y hermanas de El Salvador. La comunidad es muy vibrante y deseosa de seguir creciendo en el Espíritu de Dios. Yo les pregunté un día, ¿Cuándo es que se celebra en su país la Fiesta de “El Salvador”, el Hijo de Dios? Ellos me dijeron que el día 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor; y ya que mis padres me escogieron ese nombre el día de mi bautismo, ahora encuentro un motivo más para celebrar este hermoso acontecimiento de nuestra fe, y deseo invitarlos a ustedes a hacer lo mismo a través de esta sencilla reflexión sobre esta fiesta.
Leemos en el Evangelio de Lucas 9, 28-36, que Jesús tomó consigo a sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, y los condujo hacia el Monte Tabor para orar y que luego se transfiguró delante de ellos. El rostro de Jesús se transformó y su vestidura se volvió muy blanca. Moisés y Elías también se aparecieron en la escena y conversaban con Jesús sobre lo que le esperaba en Jerusalén. De repente una voz se escuchó que decía: “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Pedro lleno de emoción, ya que ni siquiera se daba cuenta en realidad de lo que estaba sucediendo, le dice a Jesús: “Maestro, ¡que bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
La Transfiguración de Jesús es una imagen de la gloriosa resurrección de Cristo Salvador. Ahora ustedes se preguntarán, ¿cuál es el significado de esta experiencia mística en el Monte Tabor? Pues bien, la Transfiguración del Señor nos revela su gloria antes de emprender su camino hacia otro monte, el Monte Calvario. Su gloria fue revelada a sus discípulos para fortalecerles en su fe. Ellos vieron la gloria del Salvador, del Mesías en el Monte Tabor antes de contemplar su sufrimiento, su crucifixión y su muerte.
La luz esplendorosa del Monte Tabor también ilumina la vida de cada creyente y con ello, la vida misma de la Iglesia.
Debido a nuestra naturaleza humana, y las consecuencias del pecado, somos débiles. En esta vida terrenal nuestra fe se ve probada a través de muchos retos, los cuales debilitan nuestro espíritu. Pero, con la ayuda de Dios y su gracia, cada reto es posible superarlo y nos permite una vez más marchar por el camino de la cruz, es decir, por el camino de la vida espiritual, y la gloria de la Transfiguración del Señor nos es así revelada. Por el hecho de participar en los sufrimientos de Cristo en el Monte Tabor, también nos hemos hecho partícipes de su Transfiguración en el Monte Tabor.
La gloria y la victoria de nuestra naturaleza espiritual se ven manifestadas en el Monte Tabor. Esta naturaleza espiritual nuestra será capaz de superar la corrupción de nuestra naturaleza física-corporal al final de los tiempos en la Resurrección Final, y por medio de la promesa del Cuerpo Humano y Divino de Jesús resucitado y glorificado, por medio del cual también podremos lucir esplendorosos como la luz del sol a su lado.
Este acontecimiento místico confirma nuestra fe sobre la transfiguración del mundo entero y de cada uno de nosotros al final de los tiempos. Pero esta confirmación viene a nosotros no en la forma de una alianza, sino en el mismo cuerpo transfigurado de nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor.
Más aún, todo esto tiene que ver con la vida misma de la Iglesia. Si cada persona creyente se siente débil en un momento de su vida y con la necesidad de ser fortalecida en su fe y en su camino espiritual, entonces con mayor razón la Iglesia entera tendrá necesidad de ello, ya que la Iglesia misma también marcha por el mismo camino por el cual recorrió el Salvador aquí en la tierra, es decir, el camino que conduce al Monte Calvario. Las pruebas por las que pasa la Iglesia y sus dolores interiores son capaces de intranquilizar el corazón del ser humano, tal y como los sufrimientos de Cristo intranquilizaron el corazón de sus discípulos.
La Transfiguración, por lo tanto, nos revela una promesa de la futura glorificación y victoria de la Iglesia, cuando nuestro Señor Jesucristo vendrá de nuevo en toda su gloria y esplendor. Sin importar que tan difíciles sean nuestros retos, estos se habrán de desvanecer ante la luz mística y esplendorosa del Monte Tabor. La Transfiguración es la promesa victoriosa de la Iglesia de Cristo, y de un Reino que nunca tendrá fin. ¡Que Viva Cristo Rey!
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de Santa María en Siloam Springs.

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