Mauricio Carrasco
Al acabar el mes de mayo y terminar un año más en el seminario, escribo este artículo con una Mujer en mente.
La primera vez que regale una flor, fue a Ella. Recuerdo que durante el mes de mayo recorríamos la iglesia rezando el rosario, las manos llenas de flores para la Virgen María. Éramos algunos niños y niñas, y aunque la mayoría rezábamos y cantábamos distraídamente, Ella nos cuidaba fielmente. Y de esto estoy ahora muy seguro.
En dos años más, Dios mediante, me ordenaré sacerdote. Espero ordenarme en el mes de mayo, el mes de María.
Hoy, con amor, emoción, y mucho gusto le dedico a mi Madre esta letanía:
María Madre de Dios, si no fuera por ti no sabría que soy hijo de Dios.
María Madre de Jesucristo, Madre así también de mi vocación, pues es su sacerdocio el que intentaré vivir en imitación.
Madre Inmaculada, que mi sacerdocio esté libre de mancha y refleje la gracia de Dios.
Madre Virgen, que mi celibato sea fructífero así como tu virginidad, y traiga innumerables hijos a Dios.
Madre Purísima, concédeme amar a tus hijos siempre con la mejor intención.
Madre del buen Consejo, que todos mis consejos lleven a Dios.
Virgen Fiel, dame la perseverancia de caminar junto a Cristo y su gente por el camino de la Redención.
Vaso precioso de la gracia, que mis manos levanten dignamente el Cáliz de la Salvación.
Refugio de los pecadores, que mi confesionario siempre este dispuesto a ofrecer perdón.
Consuelo de los afligidos, que la gente vea en mí la presencia compasiva de Dios.
Reina de los apóstoles, primera mensajera de la Buena Nueva, no permitas que me acueste a dormir sin haber predicado el amor de Dios.
Reina del Santísimo Rosario, que el rosario no sea para mi una piedad opcional, sino firme vanguardia de mi fe y vocación.
Reina de los mártires, que Cristo viva y yo muera siempre por Él.
Hoy, dos años antes de mi ordenación, le dedico a María esta oración, pues fue Ella quien plantó en mí la semilla de esta vocación. Le doy gracias a Dios por mi Madre en el cielo, y mi madre aquí en la tierra quien desde muy temprana edad rezaba el rosario y me entregó como un gran tesoro esta devoción.
Les pido a todos aquellos que lean este artículo que recen un Ave María e imploren que nunca deje de ser lo hombre suficiente para hincarme ante el Santísimo y elevar esta gran oración.
Mauricio Carrasco, es miembro de la Iglesia de San Rafael en Springdale, es seminarista de la Diócesis de Little Rock y estudia en el Seminario de St. Meinrad en Indiana. Siga los pasos de Mauricio en su camino hacia el sacerdocio en las siguientes ediciones del Arkansas Catholic en Español.