Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

Pedro juega un papel importante en la resurrección de Cristo Jesús. Transcurrido el tiempo después de la resurrección, según la narración en los Hechos de los Apóstoles, aparece ante nosotros un Pedro seguro de sí mismo y valiente que da testimonio de un hecho que le urge que todo mundo recuerde, porque asume que ya lo saben.
Este mismo Pedro no se parece nada al Pedro que escuchamos en el Evangelio del Domingo de Resurrección, Juan 20,1-9, la mañana en que Cristo resucitó, que además de no poder correr, ya que es el segundo en llegar a la tumba, por primera vez se queda en silencio y no dice nada.
Ve los lienzos y simplemente calla. No sabe si llorar o sentirse más culpable aún. Le duele recordar su propio pecado, su negación, y ahora, saber que su Maestro ya no está en la tumba.
El Pedro fanfarrón y alebrestado, es ahora un manso corderito. No sabe qué hacer. Al principio, no da crédito al mensaje de las mujeres y tiene que verificarlo por sí mismo. Dentro de él, todavía sigue pensando como un judío tradicional que no consideraba válido el testimonio de una mujer. Ahora debe ir a cerciorarse por su propia cuenta.
Lo difícil de encontrar la tumba vacía es que no hay un lugar para irle a llorar a un muerto. Las tumbas, así como los lugares simbólicos, juegan un papel muy importante en la liberación de los sentimientos y en la reafirmación de la fe.
Cuando sabemos que alguien está en su tumba, sabemos a dónde irle a llorar y rezar por él o ella. Lo último que le queda a una persona después de una muerte infame, es una tumba digna, un lugar para que su cuerpo vuelva a la tierra.
Tanto los discípulos fieles que habían acompañado a Jesús, como los discípulos que lo habían dejado solo, no caben en su desconcierto o tristeza. El Señor ya no está en la tumba. No sólo es la agonía del camino para encontrar un resultado así, sino que también es el paso de la muerte a la vida, de la cruz a la resurrección.
Pedro y los discípulos entran en la tumba. Allí se dan cuenta de lo que el Señor ya les había dicho: que resucitaría. Es entonces cuando recuerdan lo que se les dijo una y otra vez. A partir de ahí, es volver al ministerio para encontrarse repetidas veces con Jesús.
A las mujeres y hombres de hoy se nos da la noticia de que Jesús ha resucitado y muchos parecen no creerlo. Nos parece ya un anuncio viejo y sin trascendencia.
No creemos en el mensaje, no creemos en los testigos, más bien, creemos lo opuesto.
Es verdad que quizá no nos toque ver la resurrección de un muerto, pero sí nos tocará ver el cambio de vida en las personas.
Nos tocará ser testigos de cómo muchas personas dejan un vicio o un mal hábito y resucitan a un estilo de vida más cristiano. Habremos visto a muchas personas que en un esfuerzo sobrehumano superan el alcohol o las drogas y transforman su vida.
Pero muchos no creen en esa resurrección. Sin embargo, ahí es donde la resurrección de Cristo manifiesta el efecto que debería realizar, por nuestro medio, y en cada uno de nosotros. Permite que el poder salvador de Cristo te ayude a salir de la tumba del error, del pecado, de las tinieblas, y de los vicios, y puedas con él recomenzar una nueva vida de gloria y esperanza. ¡Felices Pascuas de Resurrección!
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de Santa María en Siloam Springs.

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