El diezmo es una obligación de todos los Cristianos

Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

Mis queridos lectores, el tiempo de la Cuaresma nos brinda nuevamente la oportunidad de intensificar más nuestra relación con Dios y las demás personas. Sobre todo a vivir con seriedad y compromiso nuestra fe. Sabemos que las tentaciones están a la orden del día, y al parecer, durante el santo tiempo Cuaresmal se intensifican para evitar que alcancemos nuestro objetivo. Las prácticas Cuaresmales son el ayuno, la limosna y la oración, ya que éstas nos ayudan a fortalecer nuestra fe. Por ejemplo, el ayuno nos ayuda a vencer la tentación de la sensualidad, la limosna la tentación de la avaricia, y la oración, la tentación de la autosuficiencia. Por lo que aprovechando la ocasión, quisiera enfocarme en esta ocasión en una práctica en especial, la cual espero que la sigamos no sólo durante la Cuaresma, sino el año litúrgico entero: la limosna. Muchos entendemos el término de limosna como el desprendernos de aquello que nos sobra. Pero si analizamos un poco, Dios nunca lo pensó dos veces en entregarnos a su propio Hijo, y Jesús tampoco nos negó hasta la última gota de su sangre desde la cruz.
Entiendo que a muchos les cuesta trabajo escuchar o practicar la limosna, no sólo Cuaresmal, sino de cada domingo o colecta especial que nos solicita nuestra Madre la Iglesia. Algunos argumentarán que “el diezmo” era algo que pertenecía al Viejo Testamento en el cual los israelitas tenían que ofrecer el 10 por ciento de sus utilidades para el sostenimiento del Templo (Levítico 27,30; Números 18,26; Deuteronomio 14,24; Crónicas 31,5). El Diezmo a pesar de formar parte de una ley espiritual del pasado, no se ha detenido a través de los años. Aunque se estableció durante el tiempo de Moisés, esta ley continúa tan efectiva como siempre. San Pablo nos recuerda en su Carta a los Corintios, 16,1-2, que todo creyente tiene la tarea de guardar un porcentaje de su ingreso para ofrecerlo en apoyo de la Iglesia.
Aprovechemos este tiempo litúrgico en el cual intensificamos un poco más la oración y el ayuno, para que por medio de estas dos prácticas Cuaresmales, podamos sinceramente hacer conciencia cuando se trate de apoyar económicamente a nuestra Iglesia, la Iglesia que Cristo mismo instituyó y de la cual formamos parte desde nuestro bautismo. De mi parte los invito a en verdad dar de acuerdo a nuestras posibilidades. Habrá ocasiones que podremos ofrecerle a Dios quizá hasta más del 10 por ciento de nuestros ingresos, pero en otras quizá sea menos. Todo depende de la facilidad de cada uno y de las necesidades de nuestra Iglesia. Pero sobre todo, nuestras limosnas, deben ser ofrecidas con una actitud limpia y pura de adoración a Dios y al servicio de Cristo. Recordemos las palabras de Pablo, “Tengan esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha. Que cada uno de según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Corintios 9,6-7).
Tengamos presente que todo cuanto tenemos y gozamos nos viene por parte de Dios. Nosotros fungimos como administradores de todo cuanto le pertenece. Por lo que en agradecimiento a Dios por sus muchas bendiciones, es muy importante compartir con Él algo de lo mucho que nos da cada día, pero sobre todo, ofrecerle lo mejor, no lo que nos sobra. Nuestra Iglesia, al ser Madre, se preocupa de las necesidades espirituales y materiales de sus hijos, por eso nos pide e invita a hacer oración, ayuno y dar limosnas.
Los invito a reflexionar sobre estos pasajes de la Biblia y veámos el de la viuda pobre de la cual nos habla Jesús en el evangelio de Marcos 12,41-44. Jesús tiene sus esperanzas puestas en nosotros, la próxima vez que llegue a tus manos la canasta de la limosna, imagínate que es Jesús en persona quien te está pidiendo su ayuda, porque él, que conoce realmente cada pensamiento y lo que hay en nuestros corazones, sabe también con cuánto somos capaces de cooperar para la construcción de su Reino aquí en la tierra, como en el cielo, ya que el fruto de las buenas obras son las únicas que nos acompañarán hasta la eternidad.
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de Santa María en Siloam Springs.

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