![](/wp-content/uploads/photos/mugs/Bishop_Taylor_column.jpg)
Obispo Anthony B. Taylor
El obispo dio este sermón durante el Encuentro Hispano el 31 de octubre.
Hace tres semanas el Santo Padre canonizó al Padre Damián el Leproso, el 10º santo estadounidense.
Hay un vitral del Padre Damián en la parroquia de mi pueblo y por eso me siento muy cercano a él — nos sentábamos en una banca muy cercana a su vitral. Los otros nueve santos estadounidenses canonizados son los tres Mártires Jesuitas: los Santos Isac Jogues, René Goupil y Jean LaLande; un obispo, San Juan Neumann de Philadelphia, y cinco religiosas: las Santas Anne-Thérèse Guérin, Katherine Drexel, Elizabeth Ann Seton, Rose Philippine Duchesne, y Frances Cabrini. Hay además cuatro beatificados norteamericanos: una laica, la beata indígena Kateri Tekakwitha; un laico, beato Carlos Manuel Rodríguez de Puerto Rico; dos sacerdotes, los beatos Junípero Serra y Francis Xavier Seelos; y una religiosa, la beata Marianne Cope.
Diez de más de 10,000 santos canonizados, lo que hace evidente que — a nivel mundial — la iglesia de nuestro país ha tenido muy poco éxito en producir personas que demuestren la santidad heroica precisa para ser reconocidos oficialmente como santos por la Iglesia universal. Me siento muy bendecido por el privilegio de poder promover la causa de canonización del Padre Stan Rother de Oklahoma, quien conocí por primera vez dos meses antes de su martirio en Guatemala. Si algún día lo canoniza el Papa, él será sólo el segundo santo nacido católico en los Estados Unidos, el otro fue la Santa Katherine Drexel. Es sorprendente notar que todos los demás santos y beatos estadounidenses eran o inmigrantes o convertidos al catolicismo — ¡incluyendo el Padre Damián, que era de Bélgica!
Todos aquellos que van al cielo son santos, pero ¿por qué no hay más norteamericanos canonizados? México cuenta con 30 santos canonizados y 25 beatos — es decir, 55 santos y beatos. Hasta Japón, que tiene poquísimos católicos, cuenta con 20 santos canonizados — ¡dos veces más que nosotros! ¿Es nuestra vida menos santa que la de otros?
La Biblia dice que la santidad requiere pureza. Nuestra primera lectura de hoy describe un grupo de santos que “han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del cordero.” Es decir, a pesar de sus fallas, han sido purificados por las pruebas que habían sufrido por Cristo y así compartirán también su victoria. Cristo les purifica, pero también los santos tienen que hacer su parte. Como dice Juan en nuestra segunda lectura, “todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él”. Y en el Evangelio de hoy, Jesús dice en sus Bienaventuranzas que se requiere pureza de corazón para entrar en la presencia de Dios: “Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.” De hecho, todas las Bienaventuranzas describen lo que significa ser “limpios de corazón”, es decir: “pobre de espíritu, compasivos, sufridos, tener hambre y sed de justicia, misericordioso, trabajar por la paz, ser perseguido por causa de la justicia …” si eres ese tipo de persona, “alégrate y salta de contento, porque tu premio será grande en los cielos”.
Entonces, ¿por qué hay pocos santos norteamericanos? Puede ser que en cuanto a pureza, nuestra cultura sea deficiente … que toleramos mucho que no es digno del Señor y tampoco digno de nosotros. ¿No es cierto que muchos de los movimientos más inmorales de nuestros días nacen entre nosotros para ser trasmitidos después al resto del mundo?
Si lees los anuncios de muerte en el periódico, parece que todos van derecho al cielo, ¡no importa cómo vivieron sus vidas! Eso es lo opuesto de lo que encontramos en la Biblia; ¡no es de extrañar que hay pocos santos estadounidenses! ¿Cuánto te esfuerzas de veras para ser puro de corazón? Muchos intentan vivir vidas “buenas”, o mejor dicho: vidas “bastante buenas”, pero ¿bastante buenas para qué? ¿Bastante buenas para no ir a la cárcel? ¿Bastante buenas para alcanzar el purgatorio?
Hoy honramos a todos los santos y les pedimos orar por nosotros, que algún día se nos permita estar con ellos en el cielo. Y mañana en el Día de los Muertos, oramos por todos los fieles difuntos que todavía están en el proceso de purificación en el purgatorio, para ser admitidos eventualmente al cielo. Y en ambos días oramos por nosotros mismos, para que el Señor nos ayude a ser puros de corazón ahora, purificados por las pruebas que sufrimos por Cristo ahora, ¡santos ahora y santos en la vida que viene!