Jesús pagó el rescate de nuestras vidas con su vida

Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

Dentro de nuestro calendario litúrgico damos inicio al mes de noviembre con la Solemnidad de “Todos los Santos”, y le prosigue la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”. De alguna manera especial recordamos la memoria de nuestros amigos y familiares difuntos durante el mes de noviembre, sin embargo, es una devoción muy santa el orar por el eterno descanso de las almas de nuestros seres queridos, e incluso por la de aquellos que no conocimos pero que necesitan de nuestras oraciones, por lo que es muy provechoso mantener tal devoción el año entero.
Desafortunadamente, en nuestras devociones nos hemos encontrado con una devoción que desea contribuir al extravío de los seres humanos al desviar su atención del Dios de la vida y conducirlos al error, a través de un culto diabólico como es el de la devoción a la “Santa Muerte”.
La muerte es el fruto del pecado. Nuestros primeros padres no estaban destinados a morir, fue su desobediencia la que trajo consigo el sufrimiento y la muerte a sus vidas. Un sólo hecho cambió el destino de la humanidad, lastimándola profundamente en su relación con Dios y los demás seres humanos.
Gracias al amor misericordioso de Dios, que no nos abandonó a nuestra suerte, nos dio el mejor remedio para sanar la herida que dejó en nuestras vidas el pecado, Cristo. Él vino a pagar el rescate de nuestras vidas con su vida misma. Muriendo por nosotros aniquiló la deuda, y resucitando a la vida, destruyó el poder de la muerte para siempre.
El himno de la victoria de Cristo y de todo cristiano sobre la muerte ha de ser el siguiente: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (Os 13,14). “El aguijón de la muerte es el pecado”, nos lo recuerda Pablo (1 Cor 15,56). Cristo vino al mundo para que tuviéramos su vida, una vida en abundancia (Jn 10,10). El amor de Dios es tan grande que no se detuvo en nada, y como prueba de ello, nos compartió a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca en las garras de la muerte y del pecado, sino que alcance la vida eterna (Jn 3,16).
Jesús le confirmó a María, la hermana de Lázaro, una gran verdad que está llena de esperanza y consuelo cuando su hermano murió, una verdad no sólo para ella, sino para todo creyente: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá” (Jn 11,25).
Hermanos míos, la muerte no tiene la última palabra, sino Cristo, que es “el camino, la verdad y la vida”. Es verdad que dolorosamente tendremos que experimentar la muerte algún día, pero no lo haremos solos sino sostenidos por aquél que es nuestra fuerza y nuestra esperanza de una vida mejor. Por eso, como Pablo, llenos de confianza digamos juntos, “para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Flp 1,21).
La decisión es tuya, o estás del lado de la vida, que es Cristo, o del lado de la muerte, fruto del mal.
¡Que Viva Cristo Rey!
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de Santa María en Siloam Springs.

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