La Cruz es parte de una gran historia de amor, el mayor abajamiento y despojamiento del Hijo de Dios, una kénosis como lo llaman los teólogos, y su mayor exaltación, ya que es ahí donde nos mostró que su amor no tenía límites y que ni siquiera el miedo a la muerte podía hacerle retro ceder en su compromiso por la salvación de la humanidad.
Esa humillación de morir en la cruz, como un maldito, siendo el Hijo amado del Padre, fue el comienzo de su glorificación, pues el Padre mismo lo levantó de entre los muertos y lo resucitó como primicia de nuestra propia resurrección.
La Fiesta de la Exaltación de la Cruz es el 14 de septiembre y no significa que el cristianismo sea una exaltación del sufrimiento, del dolor o del sacrificio por el sacrificio. Si así fuera, el Dios que pide esto de nosotros sería un Dios sádico que no merecería nuestro amor.
Lo que exaltamos en esta fiesta no es la cruz como un instrumento más de tortura y ejecución como el cadalso o la silla eléctrica. Lo que exaltamos es el amor incondicional de un Dios que compartió nuestra condición humana y se comprometió con ella hasta el final, y así restablecer su Reino.
Exaltamos al Crucificado que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Y exaltamos al Dios que, como Abrahám, entregó a su Hijo Único, a su amado, para que todos tengamos vida en su nombre (cf. Jn 3,16; cf. Gén 22,2).
La Cruz es parte de nuestra vida como cristianos y como católicos. Somos bautizados con la señal de la Cruz, nos persignamos mañana y noche con la señal de la Cruz. Abrimos y cerramos la Santa Misa con la señal de la cruz. Y al final, somos sepultados bajo la señal de la Cruz.
Estamos invitados a contemplar la Cruz de Cristo, el lugar privilegiado donde el amor de Dios se nos revela y manifiesta a todos nosotros. Es en el madero de la Cruz donde la miseria humana y la misericordia divina se juntan.
La adoración de esta misericordia sin límites es para nosotros la única puerta que abre nuestra vida para penetrar el misterio que la Cruz de Cristo desea revelarnos.
Por medio de la Cruz de Cristo, el Maligno ha sido vencido, la muerte ha sido conquistada, la vida verdadera comienza para nosotros, nuestra esperanza es restaurada, y la luz es mostrada.
Cristo transformó el sentido de la Cruz, de ser algo vergonzoso e ignominioso, ahora es la gloria y la victoria máxima. El amor a la Cruz nos comunica la gracia para ser fieles en nuestras cruces unidas a la Cruz de Cristo.
¡Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo!
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de Santa María en Siloam Springs.
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