Obispo Anthony B. Taylor
El diablo no puede tomar posesión de nosotros contra nuestra voluntad. El mal de afuera nos entra sólo cuando le invita un espí ritu parecido de adentro, los vicios que hemos permitido establecerse en nuestro alma. Por ejemplo: la envidia viene de adentro. Empieza con un pequeño aguijón de resentimiento el cual podemos quitarnos simplemente al acordarnos de los menos afortunados. Pero si alimentamos este sentimiento de agravio, la envidia crece y pronto encontramos más cosas que resentir. Y si no detenido, este espíritu impuro puede llegar a ser una obsesión y arruinar nuestro trato no sólo con otros sino también con Dios, quién culpamos de las injusticias de la vida.
La infelicidad de envidia no tiene su origen — como imaginamos — en la buena fortuna de otros (de la cual regocijáramos si tuviéramos un corazón puro) sino en la mera envidia de esa buena fortuna, en el espíritu impuro que hemos dejado tomar posesión de nuestra alma.
Lo mismo vale también por otros vicios egocéntricos: avaricia, lujuria, glotonería, orgullo, engaño, ambición, etcétera. El mal de afuera nos entra sólo cuando le invita un espíritu parecido que hemos permitido arraigarse adentro.
En el evangelio, Jesús les da a sus discípulos la autoridad de eliminar estos espíritus impuros. Para hacerlo será preciso 1) viajar ligero: sin comida extra, ni dinero, ni posesiones extras, y 2) pensar positivo: evitar el peligro que el resentimiento sobre su rechazo haga en ellos mismos, los discípulos, una abertura para los mismos espíritus impuros que querían expulsar de otros.
Tú y yo somos parecidos a los primeros oyentes de estas palabras de Jesús hace 2000 años. Además de cometer pecados particulares, también permitimos establecerse en nuestras almas los hábitos de pecado, los espíritus impuros de los cuales Jesús quiere librarnos. Así que aún hoy sigue enviándonos apóstoles para eliminar los espíritus impuros que arruinan nuestro trato con otros y con Dios — y que nos dejan infelices.
Pero es preciso responder — y una cosa que lo hará más fácil será aprender — como esos apóstoles — viajar ligero y pensar positivo. Al despojarnos de las cosas no necesarias, aprendemos a confiar en la providencia divina y así eliminar todo resentimiento de la buena fortuna de otros.
Y al sacudirnos el polvo de la desilusión y agravio aprendemos a mantener una perspectiva positiva — como hizo Jesús cuando hizo de su horrible muerte en la cruz el instrumento de salvación más positivo en toda la historia humana. Oraba por sus verdugos y se sacudió el polvo de la desesperanza y humillación que si no superadas, pudieran haber saboteado la libertad que él quiso lograrnos.
Y esta libertad será nuestra si aprendemos a viajar ligero y pensar positivo. El mal de afuera nos entra sólo cuando se invita un espíritu parecido que hemos dejado establecerse adentro, del cual es preciso quitarnos si queremos ser verdaderamente libres.