Padre Salvador Márquez-Muñoz
Todo comenzó en el siglo XI d.C. cuando un grupo de ermitaños, se establecieron en el Monte Carmelo situado en la región noroeste de Israel en los límites de Palestina con Líbano. Estos hombres recibieron el nombre de Carmelitas.
El Papa Benedicto XVI, 15,VII,06 nos comparte: “El Carmelo, alta colina que se alza en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los ermitaños. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió la Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo Encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del ser humano con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, «llegó felizmente a la santa montaña», y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración.”
Los navegantes en la antigüedad dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el mar. De aquí la correlación con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo su Hijo. Los Carmelitas se vieron obligados posteriormente a abandonar el Monte Carmelo debido a una invasión extranjera. Según cuenta la antigua tradición se dice que antes de partir se les apareció la Virgen María mientras cantaban la Salve Regina y les prometió ser su Estrella del Mar. Ella los acompañó a medida que se propagaron por el mundo y de esta manera creció la devoción a la Virgen del Carmen.
Los carmelitas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios. Las personas no consagradas, es decir, laicos, que no pueden llevar el hábito, pero que desean unirse a los carmelitas en su búsqueda de la santidad pueden usar el escapulario. La Virgen dio a los Carmelitas el escapulario como un hábito miniatura que todos los devotos pueden llevar para significar su consagración a ella. Consiste en un cordón que se lleva al cuello con dos piezas pequeñas de tela color café, una sobre el pecho y la otra sobre la espalda. El escapulario nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción.
San Alfonso María de Ligorio nos dice: “Así como los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, así Nuestra Señora Madre María está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios.”
La Virgen María entregó el escapulario el 16 de julio de 1251 a San Simón Stock, superior general de los Carmelitas. En su oración la llamó “La flor del Carmelo” y la “Estrella del Mar” y le suplicó su protección, a lo que la Virgen le hizo la siguiente promesa: “Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno.”
Quien tenga la devoción al escapulario y lo use, recibirá de María Santísima a la hora de su muerte, la gracia de perseverar en el estado de gracia (sin pecado mortal) o la gracia del arrepentimiento. La devoción al santo escapulario debe ser para nosotros una señal de compromiso a vivir la vida a ejemplo de Cristo.
Jesús nos dice “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy sencillo y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11,29-30). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar pero que María nos ayuda a llevar. Quién lleva el escapulario debe identificarse como católico sin temor a los rechazos y dificultades que ese yugo le traiga. El escapulario es un signo de nuestra identidad como católicos, unidos a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente de seguir a Cristo.
Les comparto una bella oración a la Virgen del Carmen que aprendí desde mi infancia:
Si fuiste por mi madre un día
elegida patrona mía,
Virgen del Monte Carmelo,
de mis pasos se tú mi guía
y en mis dolores consuelo.
De la muerte en la hora
para esta alma pecadora
pero por Cristo redimida,
se tú mi intercesora
cuando abandone la vida.
Si mi pecar grande ha sido,
y por él he merecido de Dios castigo eterno,
por tu poder esclarecido
líbrame Madre, del infierno.
Y cuando ya purificada
por el fuego acrisolada
de toda lacra terrenal,
sea mi alma por ti llevada
a la patria celestial.
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de San Eduardo en Little Rock.