Padre Salvador Márquez-Muñoz
Nosotros los Católicos estamos llama dos a imitar a Cristo en su ayuno y extender a todos el sentido del gozo en nuestro ayuno, no con caras largas sino con un ánimo que nos ayude a participar en su Pasión a través de la penitencia.
Es la penitencia o el sacrificio el que nos permite compartir el sufrimiento de Cristo para que de esta manera podamos compartir también su gloria. El ayuno no consiste solamente en abstenernos de ciertos gustos del paladar, sino más bien el cuidar que no salga del paladar de nuestra boca algo que pueda ofender a Dios y a los demás.
La Caridad es la puerta de los labios y el corazón, y durante este tiempo de la Cuaresma, entre más nos guardemos de dejarnos vis lumbrar de las cosas pasajeras de este mundo, más nos prepararemos para un mundo lleno de gracias y bendiciones del cielo. Necesitamos darnos cuenta que el ayuno comienza en el corazón y en el ejercicio de los músculos de la auto-renunciación a través del sacrificio, de esta manera, nos ponemos en forma para alcanzar la meta de la santidad a la que estamos llamados en Cristo Jesús.
Algunos quizás se estarán preguntando, “¿Qué sacrificio o penitencia voy a ofrecer durante esta cuaresma?” Para poder realmente apreciar la penitencia o el sacrificio ofrecido es muy importante saber el por qué lo hacemos.
La cuaresma es un tiempo que nos brinda la oportunidad para incorporarnos más íntimamente con Cristo y su Iglesia, lo cual incluye ayudar al hermano necesitado, al que es marginado, oprimido, olvidado, enfermo, incomprendido. Estamos llamados a expresar el amor de Cristo de una manera concreta y real.
El ofrecer un ayuno, un sacrificio o un acto de penitencia sin una muestra sincera de afecto y de amor hacia los demás, se vuelve un acto vacío y sin sentido.
Por ejemplo, si estudiamos al pecado nos damos cuenta que de primera entrada nos ofrece placer, a qué precio, bueno eso depende de cada uno, pero nunca se compara al precio que pagó Jesús por cada uno de nosotros desde el madero de la Cruz. Para resistir la invitación que nos ofrece el pecado, es necesario el adquirir ciertos hábitos de auto-sacrificio. Aprendiendo a sacrificar lo poco por lo mucho es la mejor práctica, es decir, a sacrificar lo poco que nos pueda ofrecer el mundo y sus placeres, por lo mucho que nos ofrece Dios en su Hijo Jesucristo desde estos momentos.
La práctica del ayuno, la penitencia y el sacrificio nos facilitan la batalla contra el enemigo, y nos permite vivir según los términos de Dios y no los del mundo.
Recordemos simplemente las bellas palabras de Jesús, “Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz, y que me siga” (Mateo 16,24). El tomar nuestra cruz de cada día no es algo que se hace por instinto, se requiere una práctica constante, una determinación firme, y un amor a Cristo por encima de todo lo creado.
¡Que Viva Cristo Rey!
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de San Eduardo en Little Rock.