
Obispo Anthony B. Taylor
Siempre cuando les pregunto a la gente por qué tomaron las decisiones que han hecho en su vida, muchas veces la respuesta tiene que ver con el deseo de ser feliz — una vez que me case, estaré feliz –una vez que consiga ese trabajo, ese aumento, estaré contento. Muchos piensan que hay algo afuera de ellos que les hará feliz. Pero no funciona así. La felicidad viene desde adentro. No viene de conseguir lo que NOSOTROS queremos, sino de hacer lo que DIOS quiere. Decimos: “Es mejor dar que recibir” porque está allí que se encuentra la felicidad — dando a otros, viviendo por un propósito más grande que uno mismo. ¿Quién tiene más amigos: la gente abnegada o la gente egoísta?
Encontramos la respuesta a esa pregunta en San Mateo 16. Jesús empieza a describir los sacrificios que él hará para ayudar a los demás: Tiene que “ir a Jerusalén para padecer allí y ser condenado a muerte” pero Pedro no entiende todavía que la felicidad viene desde adentro, de hacer sacrificios para hacer la voluntad de Dios, de ayudar a los demás. Jesús responde diciéndole a Pedro que lo tiene todo al revés porque su perspectiva es muy estrecha y poco profunda: Su “modo de pensar no es de Dios, sino el de los hombres”, así que no entiende todavía que para vivir una vida plena, hay que morir para uno mismo y cargar la cruz en lugar de intentar esquivarla. Jesús dice que para seguirle, hay que tomar el mismo camino que él, abnegados como él, sacrificando la vida como la sacrificó él, para el beneficio de los demás. Claro, resucitará al tercer día, pero no olvida que hay que morir primero, y aquí Jesús se refiere primero a que hay que morir para uno mismo para el beneficio de los demás y sólo después a la muerte física, aunque está incluida ésta también, como una consecuencia lógica de morir a sí mismo.
Y hay otra cosa más: Jesús no sólo aguantó la cruz, no sólo se resignó a ella, enfrentando con valentía las adversidades que no podía esquivar — ¿acaso no es cierto que todos moriremos algún día, nos guste o no? ¡Jesús no sólo aguantó la cruz, la ABRAZÓ con amor! Hizo un esfuerzo excepcional de ir a Jerusalén precisamente con ese propósito. Se expuso a ese peligro por amor a nosotros para salvarnos, rompiendo el poder del pecado y de la muerte. Jesús nos muestra que, si nosotros abrazamos nuestras cruces por amor a los demás, también nosotros encontraremos la capacidad de perdonar a los que NOS hacen mal, algo que es imposible a los que sólo aguantan de mala gana las adversidades, las cruces que no pueden evitar.
Entonces, ¿Cómo aplican esto a sus vidas? ¿Hay una cruz que deben abrazar con amor? ¿Una cruz que todavía intentan esquivar? Si siguen a Jesús, ¡habrá una cruz! Si no, pues es probable que estén en un camino equivocado.