Padre Salvador Márquez-Muñoz
Hace 40 años, julio de 1968, salió a la luz una gran encíclica papal llamada Vida Humana; un documento que ante los ojos del mundo estalló como una bomba, ya que declaraba abiertamente que el uso de métodos anticonceptivos era un mal totalmente intrínseco. Mucha gente pensó que el Papa Pablo VI estaba loco, por lo que muchos trataron al documento como una broma, y no como un aviso importante y de vital importancia para las generaciones futuras.
El Papa Pablo VI en su documento predijo cuatro desgracias que hoy en día desafortunadamente se han cumplido. Dijo, por ejemplo, que la aceptación universal de los métodos anticonceptivos traería consigo una consecuencia social de crear en el hombre una gran falta de respeto por la mujer. El ya no se preocuparía por “su equilibrio físico ni psicológico,” los hombres llegarán “al punto de considerar a la mujer como un mero instrumento de auto-gratificación y ya nunca más iba a ser respetada y amada como su compañera.” Como podemos darnos cuenta, hoy en día, el Internet, varios programas televisivos, el cine, así como muchos otros medios de la comunicación, han reducido al ser humano a un plano existencial de objeto sexual.
El Papa también predijo que la institución del matrimonio se enfrentaría con grandes problemas debido a “la infidelidad conyugal” ya que los métodos anticonceptivos lo hacen, según muchos, todo muy fácil. Observemos simplemente como el uso de métodos anticonceptivos han debilitado al matrimonio, trayendo consigo una gran revolución sexual, y como resultado final, un aumento desmedido de divorcios, abortos, embarazos fuera del matrimonio, enfermedades venéreas, etc.
El Papa insistió que el uso y la aceptación de los métodos anticonceptivos sería como poner en las manos del ser humano “un arma muy peligrosa,” sobre todo en la de los políticos, que con tal de obtener un puesto y ser aceptados por las masas, pondrían en riesgo la vida de muchos seres inocentes, denigrando así, la dignidad de todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios.
Finalmente el Papa nos advirtió que los métodos anticonceptivos conducirían a las personas a tratar a sus cuerpos como una propiedad, y no como un ser humano con cuerpo y alma. Una propiedad con la cual se puede hacer lo que se quiera, sin percatarnos que nuestros cuerpos son “Templo vivo del Espíritu de Dios.”
El cuerpo no es un objeto. La aceptación universal de los métodos anticonceptivos no sólo cambió nuestro comportamiento, sino hasta nuestra manera de pensar. Ha creado un caos entre el sexo y la procreación, y dentro de ese caos, la corriente del mal continúa arrastrando a muchos hacia un abismo deshumanizado y deshumanizante.
Nuestra fe Católica nos enseña que los métodos anticonceptivos son una gran ofensa ante nuestros cuerpos, ante Dios, y ante las relaciones entre los esposos. La misma palabra anticoncepción nos indica que va en contra de la concepción, es decir, en contra de una nueva vida. El ser humano coloca una barrera como si se estuvieran haciendo la guerra, en lugar de estar haciendo el amor.
Cuando un hombre y una mujer traen juntos un hijo al mundo, todo el universo cambia: algo que no existía comienza a hacerlo; el alma de cada ser humano es inmortal y está destinada a la inmortalidad. Es por eso que cualquier método anticonceptivo es intrínsicamente malo ya que viola el propósito y la naturaleza del acto sexual humano, y por lo tanto, viola también la dignidad misma de la persona.
El acto sexual significa una entrega total y los anticonceptivos disminuyen esa autoentrega. Muchos hoy en día tratan a los bebés como si fueran una carga y no un don. Tratan su propia fertilidad como una condición terrible que hay, de la cual hay que protegerse. Incluso se habla hasta del miedo a un embarazo, como si se tratara de un miedo a un holocausto nuclear o a una plaga mortal. Hasta llegamos a decir que la madre quedó embarazada por accidente, como si habláramos de ser arrolladas por un vehículo.
La unidad del acto sexual y la concepción de un ser humano, están íntimamente ligadas. El acto sexual implica un gran compromiso, y los hijos engendrados son parte de ese compromiso, y la verdad es que ambos, el compromiso y los hijos son los regalos más hermosos. Agradezcamos cada día a Dios ese regalo de la vida, y sobre todo, el regalo de su vida divina a través de su Hijo, Jesucristo.
Padre Salvador Márquez-Muñoz es párroco de la Iglesia de San Eduardo en Little Rock.