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¿Por qué la Iglesia sigue la sucesión apostólica?

Por Padre Salvador Marquéz-Muñoz

Padre Salvador Márquez-Muñoz

Recientemente hemos sido muy bendecidos por Dios por la ordenación de nuestro nuevo Obispo Anthony B. Taylor a través de la imposición de manos por parte del Sr. Arzobispo Eusebius J. Beltran, quien pronunció la solemne oración consagratoria. A través de esta oración el arzobispo pidió a Dios para nuestro obispo Antonio una especial efusión del Espíritu Santo y de sus dones para el ejercicio de su nuevo ministerio.
Todo esto tiene su origen en Jesucristo quien edificó su Iglesia sobre los apóstoles, y les dio autoridad, poder y un ministerio que cumplir, el de pastorear la Iglesia. Una tarea que se sigue desarrollando hasta nuestros días por medio de la sucesión apostólica, en la que los Apóstoles, consientes de que no vivirían para siempre, y por voluntad de Cristo, estaban destinados a tener sucesores que continuaran su ministerio, con la misma autoridad que ellos recibieron de Cristo.
Por medio de la sucesión apostólica la Iglesia recibe de los Apóstoles su validez y la autoridad de su ministerio cristiano. De ahí que los obispos son el eslabón necesario en una cadena ininterrumpida de sucesores en el cargo de los apóstoles. El rito que simboliza y efectúa esta conexión es la imposición de las manos del obispo en la ordenación.
En términos sencillos, la sucesión apostólica se trata de la relación entre la Iglesia Católica de hoy y la Iglesia Apostólica de tiempos del Nuevo Testamento. De esta manera, la sucesión apostólica se refiere a la Iglesia entera en cuanto es fiel a la palabra, al testimonio y al servicio de las comunidades apostólicas. La iglesia no es simplemente un conjunto de iglesias individuales, sino una comunión de iglesias cuya validez se deriva del mensaje apostólico que profesa, y del testimonio apostólico que vive.
La sucesión apostólica se mantiene mediante la ordenación de obispos de forma personal e ininterrumpida desde los tiempos de los apóstoles. Esto es, los apóstoles ordenaron personalmente a obispos, los cuales, de forma ininterrumpida han seguido ordenando nuevos obispos hasta hoy.
Los obispos por medio de la sucesión apostólica se han convertido en sucesores de los apóstoles, los cuales a su vez eran sucesores de Cristo, y todo esto se llevó a cabo por primera vez en tiempos de San Clemente a finales del siglo I.
La sucesión apostólica como signo de fidelidad al mensaje y a las enseñanzas de Cristo es considerada esencial no sólo por la Iglesia Católica sino también por las iglesias ortodoxas, orientales y también por las anglicanas y algunas iglesias luteranas. Sin embargo, la mayoría de las Iglesias Protestantes conceden poca o ninguna importancia a esta doctrina, ya que, de acuerdo a su interpretación de las Escrituras, eliminaron las figuras de obispos y sacerdotes, enfatizando la devoción a las Sagradas Escrituras exclusivamente como lazo de continuidad con la fe de Cristo y los apóstoles, ya que en caso de reconocerla, y sin tener una legítima sucesión, la fundación de su Iglesia quedaría sin justificación y tendrían que reconocer como inválida la autoridad de su pastor.
Cristo mismo nombró a sus apóstoles y les dio autoridad: “Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles.” (Lucas 6,13) “Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder …” (Lucas 9,1)
Solamente pueden tener real autoridad, cuando les ha sido conferida por alguien que a su vez tiene legítima autoridad.
A pesar de que algunas Iglesias Protestantes niegan la sucesión apostólica, podemos percibir a la Iglesia como un organismo visible, compuesto por todos los bautizados, y con las jerarquías que instituyeron los apóstoles: obispos, presbíteros, diáconos.
Padre Salvador Márquez-Muñoz es el párroco de la Iglesia de San Eduardo en Little Rock.

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