
El Padre Salvador Márquez-Muñoz
“Es en el Corazón de Cristo que el corazón humano aprende a conocer el verdadero y único significado de su vida y su destino. [Y] es en el corazón de Cristo que el corazón del hombre recibe la capacidad de amar” S.S. Juan Pablo II.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es una devoción al amor que siente Jesús por todos. El corazón es un órgano vital, y no solamente desde un plano físico, sino también moral, emocional y espiritual. Cuando decimos que una persona tiene “un corazón de oro,” lo que en verdad se quiere decir es que esa persona, en su totalidad, es tan apreciada como el oro mismo.
La devoción al Sagrado Corazón se puede definir como una devoción a Jesucristo en cuanto su corazón representa y nos recuerda su amor. El Sagrado Corazón es un signo sensible de su amor, y su herida visible nos recuerda la invisible herida de su amor. Al entregarnos a Jesús nos damos cuenta que su amor divino ha sido y continúa siendo rechazado por muchos.
Desde los primeros cristianos siempre ha existido una devoción al amor de Dios, quien tanto amó al mundo que nos dio a su único Hijo, y Cristo, quien tanto nos ama que se entregó a sí mismo por nosotros. No fue sino hasta los siglos XI y XII donde se comenzó a reflexionar más a fondo sobre el Corazón Herido de Jesús: Sólo quien se deja traspasar el corazón por amor a Dios adquiere la capacidad de amar como Él ama.
Pero no fue si no hasta en el siglo XVI que la devoción creció con oraciones y ejercicios. El hacerla pública, honrarla en el Oficio Divino y establecerle una fiesta comenzó con San Juan Eudes (1602-1680), y el 31 de agosto de 1670 se celebró con gran solemnidad la primera fiesta del Sagrado Corazón en Francia. Pero hubo que esperar hasta el año de 1856 en que el Papa Pío IX extendió su fiesta a toda la Iglesia Universal.
Cristo mismo escogió a Santa Margarita María Alacoque (1647-1690), una monja visitandina del monasterio de Paray-le-Monial, Francia, para revelarle los deseos de su Corazón y para confiarle la tarea de difundir esta hermosa devoción. El 16 de junio de 1657 le comunicó lo siguiente: “He aquí este Corazón que ha amado tanto a los hombres y mujeres, que no ha omitido nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor, y por todo reconocimiento, no recibe de la mayor parte más que ingratitudes, desprecios, irreverencias y tibiezas que tienen para mí en este sacramento de amor.”
El Corazón de Jesús merece adoración, como todo lo que pertenece a la persona de Cristo. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. Es la Persona de Cristo a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Cristo es la manifestación viva del amor del Padre; Cristo, amable y amante, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.
En resumen, la devoción al amor de Cristo por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción a su amor. Recordemos que amor con amor se paga. Si hacemos conciencia de que el amor de Cristo es despreciado e ignorado, sobre todo en la Eucaristía, nuestro amor por Él puede expresarse como un amor de reparación.
El amor lo abraza todo y entre más se le entiende, más se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Cristo viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Cristo y el Espíritu Santo.
Padre Salvador Márquez-Muñoz escribe desde Little Rock.