José Sánchez del Río defendió la fe cuando era joven

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Por Padre Salvador Márquez-Muñoz

José Sánchez del Río

El pasado 20 de noviembre del 2005, 13 hombres cristianos que alcanzaron la palma del martirio fueron beatificados por Su Santidad Benedicto XVI. Vivieron sin doblez sus deberes como católicos y participaron activamente en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Defendieron la libertad y los derechos de la Iglesia durante la cruel persecución desatada en México al inicio del siglo veinte.
Dado el breve espacio me limitaré tan sólo a presentar unos rasgos de la vida del más joven de todos, José Sánchez del Río, nacido en Sahuayo, Michoacán el 28 de marzo de 1913. José vivió su infancia de manera sencilla y natural, como la de muchos otros niños de su edad, incluyendo lo inquieto y travieso. Al estallar la revolución cristera sus hermanos mayores, Macario y Miguel, se sumaron a las filas cristeras. José con sólo 13 años era aún muy joven para seguirlos.
La muerte del Lic. Anacleto González Flores, líder del movimiento juvenil católico, A.C.J.M., confirmó en José su deseo de dar su vida por la fe y se propuso solicitar su admisión en las filas cristeras. Emprendió el camino para entrevistarse con el Gral. Prudencio Mendoza y pedir su admisión a las filas. El General lo escuchó y le dijo que era muy joven aún. Entonces José contestó que si no tenía fuerzas suficientes para cargar el fusil, ayudaría a los soldados quitándoles las espuelas, engrasando las armas, preparando la comida, y cuidando los caballos. Viendo la firmeza de su resolución y la sinceridad en su ofrecimiento, el General lo admitió.
En un enfrentamiento que tuvieron las tropas cristeras con las federales, casi lograron tomar prisionero al jefe cristero porque le mataron el caballo, pero José bajándose del suyo en un acto heroico se lo ofreció. El General pudo escapar, pero los federales hicieron prisionero a José. Lo llevaron maniatado hasta Cotija en medio de golpes e injurias pero José no dejó escapar ni un quejido y rezaba para fortalecer su espíritu y poder sobreponerse a las humillaciones y tormentos.
En Cotija fue reprendido y encarcelado. Ya en el calabozo a José se le vino a la mente el recuerdo de su madre y pensando que podría estar preocupada por él, pidió papel y tinta para escribirle: “Cotija, lunes 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por la última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río”.
Al día siguiente fue trasladado a Sahuayo y puesto a disposición del diputado federal Rafael Picazo Sánchez, padrino de José, para que fuera fusilado. Se le asignó como cárcel la Parroquia de Santiago Apóstol. Picazo le presentó varias oportunidades para huir, le ofreció dinero para que se fuera al extranjero o enviarlo al Colegio Militar. José sin titubear lo rechazó todo.
Se consideró la posibilidad de liberarlo a cambio de 5,000 pesos oro. Pero José le pidió a su familia que no lo hicieran, porque él ya había ofrecido su vida a Dios.
Esa noche José contempló con gran pena el estado en que se encontraba la parroquia. Ahí se observaba todo tipo de desórdenes y libertinajes de la soldadesca, además servía de caballeriza al caballo del diputado y el presbiterio servía de corral para sus gallos de pelea. Ya entrada la noche, José logró desatarse dando muerte a los gallos y cegando al caballo de un golpe.
Al enterarse Picazo de la matanza de sus gallos se presentó en el templo y enfrentándose a José le pidió cuentas, a lo que José respondió: “La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales”.
El viernes 10 de febrero, al caer la tarde, lo trasladaron a un mesón. Por la noche le cortaron la planta de los pies con un cuchillo y lo obligaron caminar a golpes hasta el cementerio. Querían hacerlo renegar de su fe a fuerza de golpes, pero no lo lograron. Sus labios sólo se abrieron para gritar “¡Viva Cristo Rey!”.
Ya en el cementerio viendo su fe y fortaleza que no se quebrantaba ante el tormento, el jefe de la escolta ordenó que lo apuñalaran para evitar que se escucharan los disparos en el pueblo. A cada puñalada José gritaba con más fuerza: “¡Viva Cristo Rey!” Luego el jefe de la escolta le preguntó si quería enviarle algún mensaje a su padre, a lo que respondió: “¡Que nos veremos en el cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”
En ese mismo momento enfurecido, él mismo sacó su pistola y le disparó en la cabeza. José cayó bañado en sangre. Trazó una cruz con su misma sangre y besándola ahogó su último grito. Su cuerpo quedó sepultado sin ataúd y sin mortaja. Sus restos se encuentran actualmente en la Parroquia de Santiago Apóstol, la que sirvió de prisión antes de su martirio.
El Padre Salvador Márquez-Muñoz escribe desde De Queen.

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