Trigo y maleza hay en la vida de todos

Trigo y maleza crecen lado a lado en todos nosotros.
Completamente nunca perderemos la capacidad de sorprendernos nosotros mismos con pensamientos y emociones que surgen espontáneamente y se ponen frente a nuestros más profundos valores. Por ejemplo, cuando pensamos que hemos perdonado, el coraje resurge y rechinamos los dientes. Cuando pensamos que hemos conquistado nuestra actitud de juzgar, nos observamos mirando con recelo al extraño que no está al par de nuestros estándares.
Trabajamos arduamente en una falta, hacemos lo mejor para sobrepasarla, pero permanece. Cambiamos totalmente nuestras vidas, dejamos los caminos peligrosos por los cuales anduvimos en un tiempo y ponemos nuestras vidas completa y sinceramente en las manos de Dios, pero nuestros malos hábitos nos siguen. Con alegría aceptamos la misericordia de Dios cuando pecamos, sólo para ser sorprendidos por una nueva falta, o frustrados por una falta implacable.
¿Por qué no lo puedo hacer bien? Me pregunto yo mismo. ¿Por qué Dios no se fija en mi sinceridad y me da la ayuda que necesito? ¿Por qué no puedo corregir yo mismo este pecado?
Jesús cuenta una bella parábola, que capta tanto nuestra voluble naturaleza, como la manera misteriosa de Dios.
“El Reino de los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, cuando todos estaban durmiendo, vino su enemigo y sembró maleza en medio del trigo. Cuando el trigo estaba echando espigas, apareció la maleza. Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?; ¿de dónde, pues, viene esta maleza? Respondió el patrón: Eso es obra de un enemigo. Los obreros le preguntaron: ¿Quieres que la arranquemos? No dijo el patrón, no sea que al arrancar la maleza arranquen también el trigo. Dejen crecer juntos el trigo y la maleza. Cuando llegue el momento de la cosecha, yo diré a los segadores: Corten primero la maleza y en atados échenla al fuego, y después guarden el trigo en las bodegas.” (San Mateo 13,25-30)
Trigo y maleza crecen lado a lado en todos nosotros: las faltas permanecen niveladas, aún mientras crecemos espiritualmente. El demonio espera que nos desanimemos por la persistencia de la maleza y que paremos de crecer espiritualmente. No quiere que nos acerquemos más a Dios, porque él sabe que Dios está listo para ayudarnos. Por su parte, Dios no se preocupa por la maleza y no nos causará violencia arrancando la maleza y el trigo juntos; Él quiere que contemos en Él y que confiemos que Él nos protegerá de cualquier daño que a largo plazo la maleza nos pudiera causar y que la usemos para el bien.
A mí me gusta la parábola mucho, porque demuestra la paciencia de Dios con el jardín — el campo — la granja — que es mi vida. Él en ocasiones permite que la maleza crezca al lado del trigo y quien los usará para mi bien. ¡La maleza me mantiene humilde! Lo mejor que puede suceder es que me recargue más en Dios.
Hay una gran diferencia entre realizar con exasperación que la maleza crece aún mientras crecemos en nuestra bondad y con gusto cultivar la maleza con nuestras acciones y actitudes. Lo que quiero decir acerca de cultivar la maleza, es que con conocimiento hacer cosas que nos causan daño, como frecuentar lugares que no son buenos para nosotros, entrar en conversaciones que nos pueden llevar al pecado, ignorar las oportunidades de participar en los sacramentos y en oración, etcétera.
La cuaresma nos ofrece la oportunidad de preguntar si estamos con gusto cultivando la maleza. Si es así, le pedimos a Dios que nos ayude a arrepentirnos y a buscar solamente aquello que nutre al trigo de bondad y santidad. Él nos pide que cooperemos con lo que sus gracias hacen en nosotros, que nos recarguemos en Él aún más, confiando que así como sembró la buena semilla, Él hará próspero el trigo.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217

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