No hay que temer, Jesús está con nosotros

Beata Isabel de la Trinidad (Elizabeth Catez), una Carmelita que fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en 1984, nació en 1880 en Francia. Ingresó al convento carmelita a los 21 años de edad, falleció cinco años después de la enfermedad de Addison. Desde niña era muy enérgica, pero terca y propensa a arrebatos de cólera, y al ir madurando tuvo que luchar por superarlos. Según su madre, su Primera Comunión cuando tenía once años fue causa de su conversión. “A partir de ese día ya no tuvo más arrebatos,” dijo más delante. La breve vida de Isabel fue marcada por su deseo de estar en comunión con Dios, y gracias a ello descubrió su vocación carmelita a la edad de 14 años, pero su madre le hizo esperar para ingresar hasta que tuvo 21 años.
Fue atraída especialmente por las palabras de San Pablo, a quien llamaba “el padre de su alma” (su padre espiritual) y a través de quien creció en iluminaciones que propulsó su vida espiritual: la presencia amante de Dios en el alma de los bautizados, y que Cristo nos une a nosotros para que podamos compartir el mismo amor que Él comparte con su Padre y el Espíritu Santo.
“… y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano se hace vida mía por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.” (Gálatas 3:20)
Escribió en su oración, “Oh Dios Mío, la Trinidad que Adoro (1904),” “Da paz a mi alma; hazlo Tu cielo, Tu amado hogar y Tu morada … Metete en mí para que yo pueda meterme en Ti hasta que salga para contemplar en Tu luz el abismo de Tu grandeza.”
Puede ser que el significado de las palabras místicas de Isabel estén fuera de nuestro alcance, pero en realidad expresan una verdad que es parte de sus vidas y la mía. Quiero ofrecerles una meditación simple sobre la actitud de Isabel que espero les traiga paz.
La noche de Navidad encontré una de sus poesías sobre la Encarnación. Escribió, en parte:
Su santuario,¡yo! Descansa en mí …
Allí está la paz que se busca y se halla …

Hace unos años un artista amigo mío pintó para mi la historia de Jesús en la barca, como Él y sus discípulos cruzan el Mar de Galilea en medio de una violenta tormenta. Ellos lo despertaron, perturbados, pues Él parecía indiferente acerca de lo que pasaba. Cuando Él dijo al viento y al mar “¡Cállate, cálmate!” ellos mismos encontraron una perfecta calma. Jesús podía dormir en la violenta tormenta porque Él ya estaba en la paz de su Padre.
Leyendo el poema de la Beata Isabel, me alegré de que mi amigo pintara este cuadro, el cual tengo colgado en mi capilla. Se me ocurrió que Jesús, quien descansa en su Padre, descansa en mí también. La barca en la cual Él duerme es la que navegó el Mar de Galilea pero esta barca también es mi alma, mi vida. San Pablo ha enseñado a la Beata Isabel que nosotros somos el Templo de Dios (“Su santuario,¡yo!). Si Dios ha escogido hacer su morada en nosotros, entonces descansa en nosotros, no hay razón para temer, a pesar de que el viento pueda soplar y las olas choquen cerca. Jesús, con su total confianza en el Padre, descansa en mí, así que yo puedo estar en la paz de Él.
Si tú sientes el viento y las olas pero no la paz del Jesús que descansa en ti, recuerda que tú también eres santuario escogido. Él te ha escogido para llevar su descanso en ti. Lee San Marcos 4:35-41, y recuerda que Él, quien durmió pacíficamente en la barca porque Él confiaba en su Padre, descansa pacíficamente en ti para ser tu fortaleza.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217

Latest from From the Bishop