Hace unos años encontré una pintura de la Sagrada Familia hecha por un artista del siglo 18, Pompeo Batoni. Presenta a la Santísima Virgen con ropa verde brillante, azul, roja y rosa, deteniendo al pequeño Jesús.
Las imágenes de la Virgen María y de Jesús son atractivas, pero es la cara de José la que más me atrae. El cuadrante izquierdo posterior de la pintura, enseña sólo su cabeza descansando de lado sobre sus callosas manos, mirando orgullosamente a la Virgen María y a Jesús. Su cabeza calva nos hace notar su frente con arrugas y su gran sonrisa de gusto por su familia. Es una pintura tranquila y uno obtiene la impresión que José está en paz, en alegre admiración — en oración.
Aparentemente el intento de Batoni era de ponerlo delicadamente en el fondo para poder captar su silencioso deleite en los sujetos principales de la pintura, la Virgen María y Jesús. Es como si debemos entender que aún en la mente de José, la Virgen María y Jesús eran los más importantes.
José también se mantiene en un segundo plano en los evangelios. Los evangelistas nos dicen que él acepto con gracia la extraña invitación de Dios, la cuál fue comunicada a él por ángeles en sus sueños, de tomar a María su prometida, en su hogar como su esposa. Estaba embarazada por el poder del Espíritu Santo y su hijo era de Dios. De acuerdo a la ley Romana, José llevó a su familia a Belén para el censo obligatorio, y fue ahí que Jesús nació. Posteriormente, los ángeles en sus sueños le indicaron que se fueran de ahí para evitar a Herodes y se fueran a Egipto, posteriormente regresaron a Galilea y se establecieron en un pueblo llamado Nazaret.
Que extrañas éstas cosas deben de haber parecido a José, y aún así, él siempre permaneció al fondo, haciendo lo que Dios le pedía y amando a la Virgen María y a Jesús.
Para mi cumpleaños éste año, las Hermanas Carmelitas de Little Rock, me dieron una reproducción de una pintura en la que vemos a José y Jesús en su taller de carpintería. Su regalo iba acompañado con una tarjeta con el poema de la Hermana Jean Ryan:
Silencio escuchando al silencio
Es José a la Palabra
Y con eso una casa es construida
Y ningún sonido se ha escuchado
José siempre estaba contento de cuidar a la Virgen María y a Jesús, cumpliendo con un misterio que probablemente no entendía, pero que aceptaba como regalo de Dios y su vocación. En su casa se mantenía silenciosamente en el fondo, trabajando diligentemente para sostener a su familia, enseñándole a Jesús a trabajar la sierra y el torno, atendiendo las necesidades de la Virgen María, viendo por ellos y amándolos a ambos. Se me ocurre, que de cierta manera cada palabra de él a Jesús fue una oración, cada mirada un acto de adoración: éste niño era tanto su hijo como el salvador.
Una vez escuche en el radio una canción Navideña Americana escrita por Richard Vinson de Danville, Virginia. Las palabras son de José, y serían un bello acompañamiento a la pintura de Batoni de la Sagrada Familia. En una parte José canta:
Mío para ver su vida hecha
Mío para enseñar su oficio de campesino
Dios para enseñar el camino que Él ha puesto
¿Acaso no es éste niño una maravilla?
Sostenlo a mí cuando él duerme
Mécelo cuando llora
Cántale secretos que el cielo guarda
¿Acaso no es éste niño una maravilla?
Cada familia es un misterio en el plan de Dios, y cada esposo es un José, llamado hacer su parte con devoción. Se deleita de su esposa e hijos, a quienes reconoce como regalos preciosos de Dios, dados a él por un tiempo para ser el padre y fomentarlos.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217