Esta fue la homilía del Obispo Sartain en la Misa de clausura del Congreso Eucarístico el 29 de octubre.
Es bueno que estemos aquí. Es bueno que nos podamos ver a los ojos, que veamos como la Iglesia Católica es más grande que nuestra parroquia, que disfrutemos la compañía de uno y otro en amistad y en música.
Es bueno que tengamos hoy la oportunidad de aprender más acerca de nuestra fe y la oración, es bueno que hayamos renovado nuestro entusiasmo de ser católicos, es bueno que llevaremos a casa el fruto de este Congreso Eucarístico.
¿Pero saben ustedes qué es lo mejor de éste día? Que Jesús, Nuestro Salvador, está con nosotros. Jesús, la Palabra de Dios, nos enseña. Jesús, el pan de vida, nos alimenta. Jesús nos ha llamado aquí y Jesús nos manda adelante.
¡Jesús está vivo y trabajando en la Iglesia! Cada vez que participamos en los sacramentos, nos encontramos con Jesús mismo, por que Él quiere darnos todo lo que necesitamos para tener una vida de paz y esperanza. Él quiere estar involucrado en nuestras vidas — no, aún mejor, Él quiere ser nuestra vida.
Tal vez algunas veces nos sentimos solos. Pero no estamos solos, Jesús está con nosotros. Tal vez algunas veces nos sentimos perdidos, pero no estamos perdidos, porque Jesús nos ha encontrado. Tal vez algunas veces sentimos miedo, pero no hay razón para sentir miedo porque Jesús está a nuestro lado. A veces sentimos una profunda pena por nuestros pecados, pero Jesús nos ofrece su misericordia. A veces no sabemos como amar, pero Jesús nos enseña como. A veces nos preguntamos a donde vamos, pero Jesús nos guía.
Jesús es nuestro todo, Él se entrega a nosotros en la Iglesia, en nuestras parroquias, cada vez que Su Palabra es proclamada y cada vez que los sacramentos son celebrados.
Más que nada, Él viene a nosotros en la Eucaristía, la base de cada bendición en la Iglesia. No ha habido ningún momento cuando la Iglesia no celebre la Eucaristía, porque desde los primeros días los Cristianos recordaron la orden de Jesús de “hacer esto en memoria mía.” Ellos entendieron que cuando celebraban la Eucaristía, Jesús los alimentaba de una manera más poderosa y más personal, más necesaria y más esencial, que cualquier otra comida que hayan recibido. Ellos entendieron que cada vez que ellos recibieron su cuerpo y su sangre ellos recibían a todo Jesús y que si no celebraban la Eucaristía ellos no serían la Iglesia.
Si no celebramos la Eucaristía, si no venimos a Jesús y recibimos su propio cuerpo y sangre, no somos la Iglesia. Si crecemos en nuestro amor por la Eucaristía, si abrimos nuestras manos y almas para recibir su cuerpo y su sangre, crecemos fuertes en Él. Porque la Eucaristía es el sacrificio del Calvario dado a nosotros ahora, aquí recibimos cada gracia que viene de la muerte y resurrección de Jesús. No es necesario ir a ningún otro lugar buscando alimento Cristiano — porque Jesús nos da todo en su palabra y en sus sacramentos.
La Eucaristía es también nuestra misión, para ser alimentado por Jesús también hay que ser enviado por Jesús. La Eucaristía nos hace saludables para el reino, llenos del reino que somos mandados a vivir y proclamar. Mientras más participamos en la Sagrada Eucaristía, Jesús nos transforma para que su misión pueda extenderse a través de nosotros, para que todo lo de nosotros pueda brillar con la gloria de su reino.
Sí, es bueno que estemos aquí. Pero también es bueno que regresemos a nuestras parroquias, a cientos de comunidades a través de Arkansas donde la gente tiene hambre de Jesús. Vamos a casa a ser alimentados por la Palabra de Dios y por la Eucaristía para poder ser instrumentos de Jesús para otros. Él viene a nosotros y permanece con nosotros. Nosotros venimos a Él, y Él nos manda adelante en su nombre.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217