Preparándome para un viaje a Ecuador hace unos años, yo decidí leer sobre este país que nunca había visitado. Descubrí muchos datos interesantes y decidí compartir uno de ellos con un amigo sacerdote. Con entusiasmo le pregunté: “Oye, ¿sabes que Ecuador está en el ecuador?”
“De ahí viene el nombre,” respondió sarcásticamente. Esos eran los días antes que yo empezara a aprender español.
Era otro ejemplo de una experiencia común y corriente, del tipo que te hace sonrojar y reír de vergüenza: yo no vi algo que estaba a simple vista, como la nariz en mi propia cara.
Una reparación para la casa parece complicada pero fácilmente puede hacerse. Dos cosas están lado a lado, su conexión tan clara como una campana, pero yo no lo veo. La respuesta a la pregunta me elude, pero estaba buscando en el lugar equivocado. Algo sucede en mi vida que parece no tener sentido, pero en unas semanas me doy cuenta que estaba perdiendo el sentido que siempre había estado ahí. Una frase en el Evangelio, una palabra de Jesús me confunde por años, y en un instante inesperado hace sentido. ¿Por qué me tarde tanto?
Yo tengo un sentimiento de que cuando lleguemos al cielo, en un abrir y cerrar de ojos entenderemos una larga lista de cosas que nos tenían perplejos en esta vida — pero que su sentido siempre había estado ahí, como las narices en nuestras caras. Ruborizaremos de la vergüenza y Dios sonreirá. Él quería que viéramos hace mucho tiempo.
No hay duda que no comprenderemos todo hasta que veamos a Dios cara a cara. Pero tampoco hay duda que en esta vida la fe en Jesús nos da un corazón para ver y entender muchas cosas y fuerza para perseverar a través de lo que no podemos ver o entender.
Los que están físicamente o espiritualmente ciegos siempre lo han buscado, y en todas las historias del evangelio en las que Jesús vuelve la vista, una en particular me atrae. Primero, un poco de contexto.
El evangelio de San Marcos nos guía a través del ministerio de Jesús, sus milagros y su misericordia. Jesús llama a sus discípulos, cura a endemoniados, le devuelve la salud a la suegra de Pedro, cura a un leproso y a muchos otros de enfermedades, enseña acerca del reino, apacigua la tormenta en el mar, envía a los apóstoles a proclamar el reino, alimenta a cinco mil con cinco barras de pan y dos pescados y a cuatro mil con siete barras de pan y unos pocos pescados, y camina en el agua en medio de una tormenta. De todas estas cosas sus discípulos han sido testigos. Pero aún ellos no comprendían.
Jesús les dice a ellos, “¿Aún no entienden o comprenden? ¿Están sus corazones endurecidos? ¿Tienen ojos pero no ven y oídos pero no oyen?… ¿Aún no entienden?” (San Marcos 8, 14-21)
La frase, “Aún no entienden” es un tipo de momento decisivo en el evangelio de San Marcos, una pregunta crítica acerca de la comprensión de los discípulos del reino de Dios. Ellos han seguido a Jesús y lo han llegado a conocer, pero aún no ven todo lo que deben de ver — aún están afectados por ceguera. Entonces Jesús hace un milagro que refleja exactamente su situación. Encuentran a un hombre que tenía ojos pero no podía ver.
“Cuando llegaron a Betsaida y le trajeron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le pregunto: “¿Ves algo?” El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”. Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad.” (San Marcos 8, 22-25)
Este es un pasaje interesante porque Jesús curó al ciego en etapas: al principio la gente se veía como árboles caminando, pero después que Jesús lo tocó por segunda vez él podía ver todo claramente. Como el hombre ciego, los discípulos necesitaban un repetido contacto e incrementar la intimidad con Jesús para ver y entender el reino.
Yo encuentro gran consuelo en esta historia del evangelio, porque a veces soy muy lento para entender, aún lo más obvio. Yo he sido un discípulo por muchos años, he visto en acción su amor y su gracia y he sentido su consuelo en las pruebas — aún así soy lento para comprender. Siguiendo al Señor, buscando conocerlo y amarlo más, esperando comprender todo lo que Él desea que yo comprenda, esforzándome a llevar la vida que Él desea para mí, proclamando un reino que yo infinitamente quiero conocer mejor — yo voy a Jesús en oración, pidiéndole que me ayude a ver más, ver mejor, y comprender. Pacientemente Él me guía, limpiando la pelusa que está en el camino.
Todos estamos ciegos, por lo menos a cierto grado, y no vemos la nariz en nuestra cara. Pero si permanecemos cerca de nuestro Señor Jesús, conociéndolo más a través de la oración y siguiendo su camino, Él aclarará todas las cosas a buen tiempo. Entre tanto Él nos levantará cuando caigamos. No hay por qué avergonzarse — sólo humildad y deseo de seguirle.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217
Preparándome para un viaje a Ecuador hace unos años, yo decidí leer sobre este país que nunca había visitado. Descubrí muchos datos interesantes y decidí compartir uno de ellos con un amigo sacerdote. Con entusiasmo le pregunté: “Oye, ¿sabes que Ecuador está en el ecuador?”
“De ahí viene el nombre,” respondió sarcásticamente. Esos eran los días antes que yo empezara a aprender español.
Era otro ejemplo de una experiencia común y corriente, del tipo que te hace sonrojar y reír de vergüenza: yo no vi algo que estaba a simple vista, como la nariz en mi propia cara.
Una reparación para la casa parece complicada pero fácilmente puede hacerse. Dos cosas están lado a lado, su conexión tan clara como una campana, pero yo no lo veo. La respuesta a la pregunta me elude, pero estaba buscando en el lugar equivocado. Algo sucede en mi vida que parece no tener sentido, pero en unas semanas me doy cuenta que estaba perdiendo el sentido que siempre había estado ahí. Una frase en el Evangelio, una palabra de Jesús me confunde por años, y en un instante inesperado hace sentido. ¿Por qué me tarde tanto?
Yo tengo un sentimiento de que cuando lleguemos al cielo, en un abrir y cerrar de ojos entenderemos una larga lista de cosas que nos tenían perplejos en esta vida — pero que su sentido siempre había estado ahí, como las narices en nuestras caras. Ruborizaremos de la vergüenza y Dios sonreirá. Él quería que viéramos hace mucho tiempo.
No hay duda que no comprenderemos todo hasta que veamos a Dios cara a cara. Pero tampoco hay duda que en esta vida la fe en Jesús nos da un corazón para ver y entender muchas cosas y fuerza para perseverar a través de lo que no podemos ver o entender.
Los que están físicamente o espiritualmente ciegos siempre lo han buscado, y en todas las historias del evangelio en las que Jesús vuelve la vista, una en particular me atrae. Primero, un poco de contexto.
El evangelio de San Marcos nos guía a través del ministerio de Jesús, sus milagros y su misericordia. Jesús llama a sus discípulos, cura a endemoniados, le devuelve la salud a la suegra de Pedro, cura a un leproso y a muchos otros de enfermedades, enseña acerca del reino, apacigua la tormenta en el mar, envía a los apóstoles a proclamar el reino, alimenta a cinco mil con cinco barras de pan y dos pescados y a cuatro mil con siete barras de pan y unos pocos pescados, y camina en el agua en medio de una tormenta. De todas estas cosas sus discípulos han sido testigos. Pero aún ellos no comprendían.
Jesús les dice a ellos, “¿Aún no entienden o comprenden? ¿Están sus corazones endurecidos? ¿Tienen ojos pero no ven y oídos pero no oyen?… ¿Aún no entienden?” (San Marcos 8, 14-21)
La frase, “Aún no entienden” es un tipo de momento decisivo en el evangelio de San Marcos, una pregunta crítica acerca de la comprensión de los discípulos del reino de Dios. Ellos han seguido a Jesús y lo han llegado a conocer, pero aún no ven todo lo que deben de ver — aún están afectados por ceguera. Entonces Jesús hace un milagro que refleja exactamente su situación. Encuentran a un hombre que tenía ojos pero no podía ver.
“Cuando llegaron a Betsaida y le trajeron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le pregunto: “¿Ves algo?” El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”. Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad.” (San Marcos 8, 22-25)
Este es un pasaje interesante porque Jesús curó al ciego en etapas: al principio la gente se veía como árboles caminando, pero después que Jesús lo tocó por segunda vez él podía ver todo claramente. Como el hombre ciego, los discípulos necesitaban un repetido contacto e incrementar la intimidad con Jesús para ver y entender el reino.
Yo encuentro gran consuelo en esta historia del evangelio, porque a veces soy muy lento para entender, aún lo más obvio. Yo he sido un discípulo por muchos años, he visto en acción su amor y su gracia y he sentido su consuelo en las pruebas — aún así soy lento para comprender. Siguiendo al Señor, buscando conocerlo y amarlo más, esperando comprender todo lo que Él desea que yo comprenda, esforzándome a llevar la vida que Él desea para mí, proclamando un reino que yo infinitamente quiero conocer mejor — yo voy a Jesús en oración, pidiéndole que me ayude a ver más, ver mejor, y comprender. Pacientemente Él me guía, limpiando la pelusa que está en el camino.
Todos estamos ciegos, por lo menos a cierto grado, y no vemos la nariz en nuestra cara. Pero si permanecemos cerca de nuestro Señor Jesús, conociéndolo más a través de la oración y siguiendo su camino, Él aclarará todas las cosas a buen tiempo. Entre tanto Él nos levantará cuando caigamos. No hay por qué avergonzarse — sólo humildad y deseo de seguirle.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217