Una señal de tristeza puede traer curación

Una vez escuche a una persona dar un suspiro desde lo más profundo de su alma.
En una tragedia que involucró a toda la parroquia, un joven murió en un accidente automovilístico, cuando él y dos amigos iban de regreso a la universidad. En la Misa del funeral, en el silencio después de la Comunión, una vez que se había terminado la música y todos estaban sentados silenciosamente en oración, el padre del joven suspiró profundamente. Sentado en el Santuario, sólo a unos metros de él, yo lo escuche y lo sentí intensamente. Pero el suspiro fue tan profundo que afecto a todos en la iglesia.
Nadie podía equivocarse en pensar que era una señal de tristeza, llena del inmenso dolor de unos padres que han perdido a un hijo. Tan espontáneo y sincero fue el suspiro, que capturó lo que todos estaban sintiendo, e infundió en la congregación con una tangible atmósfera de unidad y compasión.
Pero no había duda, el suspiro hizo algo más: trajo alivio. Era un tipo de purificación en la presencia de Dios, una entrega espontánea y de corazón a Dios de todo lo relacionado con esta desgarradora tragedia. Nunca olvidaré ese momento, tanto por su tristeza, como por su entrega.
Aún ahora, varias veces al año, estoy en contacto con los padres de ese joven. Con valor, determinación y el apoyo de la iglesia y amigos, han salido adelante. Con un amoroso orgullo aún platican de su hijo que murió en su juventud, de como había florecido en la universidad, y como sus compañeros del colegio le hicieron un reconocimiento cuatro años después de su muerte en la ceremonia de graduación, a la cuál él nunca iba ha asistir. Ellos tenían toda razón de estar orgullosos y aún lo están. Aún lo extrañan y Dios entiende.
Yo creo que el profundo suspiro que escuchamos en la iglesia ese día fue el primero de muchos más. Respirando en la presencia de Dios — y exhalando hacia Dios — era como un tipo de auto limpieza que permitió que la gracia de Dios entrara e hiciera su delicado trabajo.
Recordando los eventos acerca de la muerte de Jesús, San Mateo y San Marcos nos dicen que en su agonía Jesús gritó con una voz fuerte, “Eli, Eli, lema sabachthani. Renunciando a todo por nuestro bienestar en vida y muerte. Él rezó las primeras líneas del Salmo 22 (y tal vez todo el Salmo): OH Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado? El abrió su corazón, derramando sus emociones más profundas a su Padre a la vista y oídos de todos.
Yo pienso que el Salmo 22, es como un largo y profundo suspiro desde la profundidad del alma, es un suspiro lleno tanto de tristeza y de alivio. Como la mayoría de los salmos, debe ser leído en su totalidad para apreciar lo que expresa y adonde te lleva. Desde la primera línea de dolorosa desolación, el salmista nos lleva a recordar la lealtad de Dios (“Tu haz sido mi guía desde el primer momento de vida, mi seguridad en el pecho de mi madre”), y para rezar por su ayuda (“Pero tu, Dios mío, no te alejes de mí; OH mi ayuda, apresúrate a ayudarme”), para alabar por su respuesta (“Yo proclamaré tu nombre a mis hermanos… Porque el no ha rechazado o despreciado al desdichado hombre en su miseria… Y para el mi alma vivirá”).
Un suspiro de tristeza que trae alivio porque entrega todo a Dios y permite a Dios que enseñe su amoroso cuidado, así como Él siempre lo hace. No necesitamos estar en una tragedia para recibir el alivio de Dios ya sea figurativamente — o literalmente — entregamos todo a Él con un suspiro desde la profundidad de nuestras almas. Su espíritu, su respiro que da vida, entrará con paz y nos dará valor para tomar el siguiente paso adelante hacia Él.

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Una vez escuche a una persona dar un suspiro desde lo más profundo de su alma.
En una tragedia que involucró a toda la parroquia, un joven murió en un accidente automovilístico, cuando él y dos amigos iban de regreso a la universidad. En la Misa del funeral, en el silencio después de la Comunión, una vez que se había terminado la música y todos estaban sentados silenciosamente en oración, el padre del joven suspiró profundamente. Sentado en el Santuario, sólo a unos metros de él, yo lo escuche y lo sentí intensamente. Pero el suspiro fue tan profundo que afecto a todos en la iglesia.
Nadie podía equivocarse en pensar que era una señal de tristeza, llena del inmenso dolor de unos padres que han perdido a un hijo. Tan espontáneo y sincero fue el suspiro, que capturó lo que todos estaban sintiendo, e infundió en la congregación con una tangible atmósfera de unidad y compasión.
Pero no había duda, el suspiro hizo algo más: trajo alivio. Era un tipo de purificación en la presencia de Dios, una entrega espontánea y de corazón a Dios de todo lo relacionado con esta desgarradora tragedia. Nunca olvidaré ese momento, tanto por su tristeza, como por su entrega.
Aún ahora, varias veces al año, estoy en contacto con los padres de ese joven. Con valor, determinación y el apoyo de la iglesia y amigos, han salido adelante. Con un amoroso orgullo aún platican de su hijo que murió en su juventud, de como había florecido en la universidad, y como sus compañeros del colegio le hicieron un reconocimiento cuatro años después de su muerte en la ceremonia de graduación, a la cuál él nunca iba ha asistir. Ellos tenían toda razón de estar orgullosos y aún lo están. Aún lo extrañan y Dios entiende.
Yo creo que el profundo suspiro que escuchamos en la iglesia ese día fue el primero de muchos más. Respirando en la presencia de Dios — y exhalando hacia Dios — era como un tipo de auto limpieza que permitió que la gracia de Dios entrara e hiciera su delicado trabajo.
Recordando los eventos acerca de la muerte de Jesús, San Mateo y San Marcos nos dicen que en su agonía Jesús gritó con una voz fuerte, “Eli, Eli, lema sabachthani. Renunciando a todo por nuestro bienestar en vida y muerte. Él rezó las primeras líneas del Salmo 22 (y tal vez todo el Salmo): OH Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado? El abrió su corazón, derramando sus emociones más profundas a su Padre a la vista y oídos de todos.
Yo pienso que el Salmo 22, es como un largo y profundo suspiro desde la profundidad del alma, es un suspiro lleno tanto de tristeza y de alivio. Como la mayoría de los salmos, debe ser leído en su totalidad para apreciar lo que expresa y adonde te lleva. Desde la primera línea de dolorosa desolación, el salmista nos lleva a recordar la lealtad de Dios (“Tu haz sido mi guía desde el primer momento de vida, mi seguridad en el pecho de mi madre”), y para rezar por su ayuda (“Pero tu, Dios mío, no te alejes de mí; OH mi ayuda, apresúrate a ayudarme”), para alabar por su respuesta (“Yo proclamaré tu nombre a mis hermanos… Porque el no ha rechazado o despreciado al desdichado hombre en su miseria… Y para el mi alma vivirá”).
Un suspiro de tristeza que trae alivio porque entrega todo a Dios y permite a Dios que enseñe su amoroso cuidado, así como Él siempre lo hace. No necesitamos estar en una tragedia para recibir el alivio de Dios ya sea figurativamente — o literalmente — entregamos todo a Él con un suspiro desde la profundidad de nuestras almas. Su espíritu, su respiro que da vida, entrará con paz y nos dará valor para tomar el siguiente paso adelante hacia Él.

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Nadie podía equivocarse en pensar que era una señal de tristeza, llena del inmenso dolor de unos padres que han perdido a un hijo. Tan espontáneo y sincero fue el suspiro, que capturó lo que todos estaban sintiendo, e infundió en la congregación con una tangible atmósfera de unidad y compasión.
Pero no había duda, el suspiro hizo algo más: trajo alivio. Era un tipo de purificación en la presencia de Dios, una entrega espontánea y de corazón a Dios de todo lo relacionado con esta desgarradora tragedia. Nunca olvidaré ese momento, tanto por su tristeza, como por su entrega.
Aún ahora, varias veces al año, estoy en contacto con los padres de ese joven. Con valor, determinación y el apoyo de la iglesia y amigos, han salido adelante. Con un amoroso orgullo aún platican de su hijo que murió en su juventud, de como había florecido en la universidad, y como sus compañeros del colegio le hicieron un reconocimiento cuatro años después de su muerte en la ceremonia de graduación, a la cuál él nunca iba ha asistir. Ellos tenían toda razón de estar orgullosos y aún lo están. Aún lo extrañan y Dios entiende.
Yo creo que el profundo suspiro que escuchamos en la iglesia ese día fue el primero de muchos más. Respirando en la presencia de Dios — y exhalando hacia Dios — era como un tipo de auto limpieza que permitió que la gracia de Dios entrara e hiciera su delicado trabajo.
Recordando los eventos acerca de la muerte de Jesús, San Mateo y San Marcos nos dicen que en su agonía Jesús gritó con una voz fuerte, “Eli, Eli, lema sabachthani. Renunciando a todo por nuestro bienestar en vida y muerte. Él rezó las primeras líneas del Salmo 22 (y tal vez todo el Salmo): OH Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado? El abrió su corazón, derramando sus emociones más profundas a su Padre a la vista y oídos de todos.
Yo pienso que el Salmo 22, es como un largo y profundo suspiro desde la profundidad del alma, es un suspiro lleno tanto de tristeza y de alivio. Como la mayoría de los salmos, debe ser leído en su totalidad para apreciar lo que expresa y adonde te lleva. Desde la primera línea de dolorosa desolación, el salmista nos lleva a recordar la lealtad de Dios (“Tu haz sido mi guía desde el primer momento de vida, mi seguridad en el pecho de mi madre”), y para rezar por su ayuda (“Pero tu, Dios mío, no te alejes de mí; OH mi ayuda, apresúrate a ayudarme”), para alabar por su respuesta (“Yo proclamaré tu nombre a mis hermanos… Porque el no ha rechazado o despreciado al desdichado hombre en su miseria… Y para el mi alma vivirá”).
Un suspiro de tristeza que trae alivio porque entrega todo a Dios y permite a Dios que enseñe su amoroso cuidado, así como Él siempre lo hace. No necesitamos estar en una tragedia para recibir el alivio de Dios ya sea figurativamente — o literalmente — entregamos todo a Él con un suspiro desde la profundidad de nuestras almas. Su espíritu, su respiro que da vida, entrará con paz y nos dará valor para tomar el siguiente paso adelante hacia Él.

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