Cuando compré un par de tenis marca Asics hace unos años, encontré un refrán en latín impreso en la caja: “Anima sana in corpore sano” — “Una mente sana en un cuerpo sano.” Yo pensé que era interesante ver latín en una caja de tenis y no pensé más sobre ello. Lo que sea necesario para vender zapatos, pensé.
A Juvenales, poeta romano y sátiro (55 a 127 d.C.) se le acredita el refrán, aunque yo no sé cuál versión es la más auténtica. Su punto de vista era bueno. Personas de cada generación han promovido el valor de un cuerpo sano, aunque la noción de salud ha variado enormemente a través de los siglos. La conexión entre cuerpo y mente es un recordatorio que somos personas completas, que un aspecto de vivir, directamente afecta a los otros. Salud intelectual, sicológica y física van de la mano. Vivo más sereno, pienso más claramente y trabajo con más energía cuando hago ejercicio regularmente.
El otro día me enteré que la marca Asics de hecho es un acrónimo para Anima Sana in Corpore Sano.
Juvenales no era cristiano, pero su refrán se puede aplicar al Cristianismo. Con disculpas a él y a Asics, me gustaría sugerir otra variación: “Una alma sana en un cuerpo sano.” Al acercarse el verano ponemos nuestra atención en obtener una sana apariencia física (aunque no necesariamente una vida sana) haríamos bien en recordar que hay algo dentro de nosotros — que abarca todo y literalmente da vida — que suplica atención, disciplina y alimento: el alma.
Escribiendo a los cristianos en Corinto, San Pablo hizo notar que libertad cristiana no es libertad “de” restricción, sino libertad “para” esforzarse positivamente con plenitud en Cristo, un crecimiento natural de fe y el deseo de uno de compartir la corona de la victoria con Él. Viendo la fascinación de los Corintios sobre cuerpos sanos y lo popular de sus juegos atléticos, él escribió:
“¿No han aprendido nada en el estadio? Muchos corren, pero uno solo gana el premio. Corran, pues, de manera que lo consigan, como los atletas que se imponen un régimen muy estricto. Solamente que ellos lo hacen por una corona de laureles perecederos, mientras que nosotros, por una corona que no se marchita. Así pues, corro yo, sabiendo a dónde voy. Doy golpes, pero no en el vacío. Castigo mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros, venga a ser eliminado.” (1 Cor 9:24-27)
Pablo sabía que de todas las cosas que un cristiano podía hacer con la libertad encontrada en Cristo, el esforzarse por salud espiritual era el más significativo de todos. Una corona de hojas de laurel podrá ser fresca y aromatizante por unas horas, y una medalla de oro se verá bonita en la repisa, pero ambas son hechas por el hombre, son premios momentáneos. La vida dada a nosotros en Cristo es eterna y vale la pena cultivarla. ¿Porqué no vivir para estar “sanos” y “robustos” en el alma? Después de todo, es el alma la que hace al cuerpo humano.
Una atención al alma ocasiona una atención más completa al cuerpo como a la mente. Tenemos buena salud cuando deliberadamente ponemos atención a nuestras vidas espirituales, cuando entendemos, como Pablo hizo, que para nosotros la “vida es Cristo.” (Filipenses 1:21)
Una alma sana en un cuerpo sano. Darle atención a nuestras vidas espirituales es el camino a buena salud, validez, sensatez y bienestar. La obsesión de nuestra cultura con una buena apariencia física y saludable, es una invitación constante para entrenar con y para Cristo. Trabaja de las dos maneras. ¿Verdaderamente nos importa nuestro cuerpo y nuestra mente? Si es así, nos importará primero nuestra alma.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217.
Cuando compré un par de tenis marca Asics hace unos años, encontré un refrán en latín impreso en la caja: “Anima sana in corpore sano” — “Una mente sana en un cuerpo sano.” Yo pensé que era interesante ver latín en una caja de tenis y no pensé más sobre ello. Lo que sea necesario para vender zapatos, pensé.
A Juvenales, poeta romano y sátiro (55 a 127 d.C.) se le acredita el refrán, aunque yo no sé cuál versión es la más auténtica. Su punto de vista era bueno. Personas de cada generación han promovido el valor de un cuerpo sano, aunque la noción de salud ha variado enormemente a través de los siglos. La conexión entre cuerpo y mente es un recordatorio que somos personas completas, que un aspecto de vivir, directamente afecta a los otros. Salud intelectual, sicológica y física van de la mano. Vivo más sereno, pienso más claramente y trabajo con más energía cuando hago ejercicio regularmente.
El otro día me enteré que la marca Asics de hecho es un acrónimo para Anima Sana in Corpore Sano.
Juvenales no era cristiano, pero su refrán se puede aplicar al Cristianismo. Con disculpas a él y a Asics, me gustaría sugerir otra variación: “Una alma sana en un cuerpo sano.” Al acercarse el verano ponemos nuestra atención en obtener una sana apariencia física (aunque no necesariamente una vida sana) haríamos bien en recordar que hay algo dentro de nosotros — que abarca todo y literalmente da vida — que suplica atención, disciplina y alimento: el alma.
Escribiendo a los cristianos en Corinto, San Pablo hizo notar que libertad cristiana no es libertad “de” restricción, sino libertad “para” esforzarse positivamente con plenitud en Cristo, un crecimiento natural de fe y el deseo de uno de compartir la corona de la victoria con Él. Viendo la fascinación de los Corintios sobre cuerpos sanos y lo popular de sus juegos atléticos, él escribió:
“¿No han aprendido nada en el estadio? Muchos corren, pero uno solo gana el premio. Corran, pues, de manera que lo consigan, como los atletas que se imponen un régimen muy estricto. Solamente que ellos lo hacen por una corona de laureles perecederos, mientras que nosotros, por una corona que no se marchita. Así pues, corro yo, sabiendo a dónde voy. Doy golpes, pero no en el vacío. Castigo mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros, venga a ser eliminado.” (1 Cor 9:24-27)
Pablo sabía que de todas las cosas que un cristiano podía hacer con la libertad encontrada en Cristo, el esforzarse por salud espiritual era el más significativo de todos. Una corona de hojas de laurel podrá ser fresca y aromatizante por unas horas, y una medalla de oro se verá bonita en la repisa, pero ambas son hechas por el hombre, son premios momentáneos. La vida dada a nosotros en Cristo es eterna y vale la pena cultivarla. ¿Porqué no vivir para estar “sanos” y “robustos” en el alma? Después de todo, es el alma la que hace al cuerpo humano.
Una atención al alma ocasiona una atención más completa al cuerpo como a la mente. Tenemos buena salud cuando deliberadamente ponemos atención a nuestras vidas espirituales, cuando entendemos, como Pablo hizo, que para nosotros la “vida es Cristo.” (Filipenses 1:21)
Una alma sana en un cuerpo sano. Darle atención a nuestras vidas espirituales es el camino a buena salud, validez, sensatez y bienestar. La obsesión de nuestra cultura con una buena apariencia física y saludable, es una invitación constante para entrenar con y para Cristo. Trabaja de las dos maneras. ¿Verdaderamente nos importa nuestro cuerpo y nuestra mente? Si es así, nos importará primero nuestra alma.
¿Tiene usted alguna petición de intenciones para el Sr. Obispo Sartain? Si es así, envíesela a él a: c/o Obispo Sartain, Lista de Peticiones, Diócesis de Little Rock, 2500 North Tyler St., P.O. Box 7239, Little Rock, AR 72217.