Dejar ir el rencor, la cólera y la venganza

Una vez le pregunté a unos niños de primaria, ¿Qué es un rencor? Solamente Kelly de 8 años levantó la mano, ella venía de un hogar destrozado.
“Es cuando mantienes todo el coraje dentro de ti”, dijo ella. La respuesta de Kelly fue perfecta y por un momento me quedé sin palabras. Sabía que ella era una niña pequeña sin rencores, aunque tenía buena razón para tenerlos. Sonreí y le agradecí su respuesta tan profunda. Yo seguido la cito o hago referencia de ella.
El rencor nos agobia, nos abruma, nos mantiene tensos y nos estremece, cuando alguien ligeramente toca nuestras emociones, así, como cuando tenemos una cortada en la piel. Al agarrarnos fuertemente de rencores, nos engañamos nosotros mismos al pensar que de alguna manera controlamos al que nos hizo daño. Los rencores son como una venganza solitaria y secreta. Pero el que sale más lastimado es el que tiene el rencor.
No había amargura en Jesús, aunque ciertas personas deliberadamente lo ridiculizaban. No tenía rencores, aunque algunas personas intencionalmente lo dañaban. Él no tenía ningún deseo de venganza, aunque algunos lo acusaron de crímenes que ellos mismos cometieron. En Jesús, sólo había paciencia y misericordia para el pecador.
Cuando vemos a Jesús en la cruz, los efectos y ramificaciones de nuestro pecado están frente a nosotros en completo desahogo, pero también están la liberación y libertad ganadas por su amor perfecto. Jesús siempre será nuestro experto defensor, “Padre perdóname”, porque Él soportó nuestro pecado en toda su fealdad y es el único capacitado para hablar por nosotros. Si alguien tiene “derecho” de guardar un rencor, es Jesús. Pero Él no tiene rencor: su amor quema nuestro pecado en un solo sacrificio eterno, así como el fuego refina el oro y la plata quemando la escoria.
La cuaresma es una época para dejar ir los rencores, de abandonar actitudes y palabras vengativas, de soltar todo nuestro “coraje” perdonando a los que nos han dañado. Es difícil perdonar, y tal vez debemos empezar pidiéndole a Dios que nos de el deseo de perdonar. Paso a paso, Él nos enseñará lo absurdo de nuestros puños apretados y de las heridas abiertas e inculcará en nosotros el deseo de dejar libre el coraje y la venganza. Él nos recordará que veamos la cruz y veamos como su Hijo borró nuestro pecado, cargándolo en la cruz y quemándolo con amor.
A mí me ayuda imaginarme a los hombres que cargando piedras arrastraron a la mujer adúltera ante Jesús para que fuera “juzgada” por su pecado. Por supuesto, que era Jesús al que estaban juzgando. Cuando invitó a cualquier hombre libre de culpa a tirar la primera piedra a la mujer, uno por uno se fueron alejando y las piedras cayeron al suelo. Uno casi puede escuchar el golpe de las piedras y el polvo que se levantaba.
Si se nos hace difícil tirar la piedra de rencores, podemos empezar por lo menos entregándoselos a Jesús, quien con delicadeza los pondrá en el suelo frente a nosotros. Libres de esa carga, estaremos en el camino del perdón.

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Dejar ir el rencor, la cólera y la venganza

Una vez le pregunté a unos niños de primaria, ¿Qué es un rencor? Solamente Kelly de 8 años levantó la mano, ella venía de un hogar destrozado.
“Es cuando mantienes todo el coraje dentro de ti”, dijo ella. La respuesta de Kelly fue perfecta y por un momento me quedé sin palabras. Sabía que ella era una niña pequeña sin rencores, aunque tenía buena razón para tenerlos. Sonreí y le agradecí su respuesta tan profunda. Yo seguido la cito o hago referencia de ella.
El rencor nos agobia, nos abruma, nos mantiene tensos y nos estremece, cuando alguien ligeramente toca nuestras emociones, así, como cuando tenemos una cortada en la piel. Al agarrarnos fuertemente de rencores, nos engañamos nosotros mismos al pensar que de alguna manera controlamos al que nos hizo daño. Los rencores son como una venganza solitaria y secreta. Pero el que sale más lastimado es el que tiene el rencor.
No había amargura en Jesús, aunque ciertas personas deliberadamente lo ridiculizaban. No tenía rencores, aunque algunas personas intencionalmente lo dañaban. Él no tenía ningún deseo de venganza, aunque algunos lo acusaron de crímenes que ellos mismos cometieron. En Jesús, sólo había paciencia y misericordia para el pecador.
Cuando vemos a Jesús en la cruz, los efectos y ramificaciones de nuestro pecado están frente a nosotros en completo desahogo, pero también están la liberación y libertad ganadas por su amor perfecto. Jesús siempre será nuestro experto defensor, “Padre perdóname”, porque Él soportó nuestro pecado en toda su fealdad y es el único capacitado para hablar por nosotros. Si alguien tiene “derecho” de guardar un rencor, es Jesús. Pero Él no tiene rencor: su amor quema nuestro pecado en un solo sacrificio eterno, así como el fuego refina el oro y la plata quemando la escoria.
La cuaresma es una época para dejar ir los rencores, de abandonar actitudes y palabras vengativas, de soltar todo nuestro “coraje” perdonando a los que nos han dañado. Es difícil perdonar, y tal vez debemos empezar pidiéndole a Dios que nos de el deseo de perdonar. Paso a paso, Él nos enseñará lo absurdo de nuestros puños apretados y de las heridas abiertas e inculcará en nosotros el deseo de dejar libre el coraje y la venganza. Él nos recordará que veamos la cruz y veamos como su Hijo borró nuestro pecado, cargándolo en la cruz y quemándolo con amor.
A mí me ayuda imaginarme a los hombres que cargando piedras arrastraron a la mujer adúltera ante Jesús para que fuera “juzgada” por su pecado. Por supuesto, que era Jesús al que estaban juzgando. Cuando invitó a cualquier hombre libre de culpa a tirar la primera piedra a la mujer, uno por uno se fueron alejando y las piedras cayeron al suelo. Uno casi puede escuchar el golpe de las piedras y el polvo que se levantaba.
Si se nos hace difícil tirar la piedra de rencores, podemos empezar por lo menos entregándoselos a Jesús, quien con delicadeza los pondrá en el suelo frente a nosotros. Libres de esa carga, estaremos en el camino del perdón.

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“Es cuando mantienes todo el coraje dentro de ti”, dijo ella. La respuesta de Kelly fue perfecta y por un momento me quedé sin palabras. Sabía que ella era una niña pequeña sin rencores, aunque tenía buena razón para tenerlos. Sonreí y le agradecí su respuesta tan profunda. Yo seguido la cito o hago referencia de ella.
El rencor nos agobia, nos abruma, nos mantiene tensos y nos estremece, cuando alguien ligeramente toca nuestras emociones, así, como cuando tenemos una cortada en la piel. Al agarrarnos fuertemente de rencores, nos engañamos nosotros mismos al pensar que de alguna manera controlamos al que nos hizo daño. Los rencores son como una venganza solitaria y secreta. Pero el que sale más lastimado es el que tiene el rencor.
No había amargura en Jesús, aunque ciertas personas deliberadamente lo ridiculizaban. No tenía rencores, aunque algunas personas intencionalmente lo dañaban. Él no tenía ningún deseo de venganza, aunque algunos lo acusaron de crímenes que ellos mismos cometieron. En Jesús, sólo había paciencia y misericordia para el pecador.
Cuando vemos a Jesús en la cruz, los efectos y ramificaciones de nuestro pecado están frente a nosotros en completo desahogo, pero también están la liberación y libertad ganadas por su amor perfecto. Jesús siempre será nuestro experto defensor, “Padre perdóname”, porque Él soportó nuestro pecado en toda su fealdad y es el único capacitado para hablar por nosotros. Si alguien tiene “derecho” de guardar un rencor, es Jesús. Pero Él no tiene rencor: su amor quema nuestro pecado en un solo sacrificio eterno, así como el fuego refina el oro y la plata quemando la escoria.
La cuaresma es una época para dejar ir los rencores, de abandonar actitudes y palabras vengativas, de soltar todo nuestro “coraje” perdonando a los que nos han dañado. Es difícil perdonar, y tal vez debemos empezar pidiéndole a Dios que nos de el deseo de perdonar. Paso a paso, Él nos enseñará lo absurdo de nuestros puños apretados y de las heridas abiertas e inculcará en nosotros el deseo de dejar libre el coraje y la venganza. Él nos recordará que veamos la cruz y veamos como su Hijo borró nuestro pecado, cargándolo en la cruz y quemándolo con amor.
A mí me ayuda imaginarme a los hombres que cargando piedras arrastraron a la mujer adúltera ante Jesús para que fuera “juzgada” por su pecado. Por supuesto, que era Jesús al que estaban juzgando. Cuando invitó a cualquier hombre libre de culpa a tirar la primera piedra a la mujer, uno por uno se fueron alejando y las piedras cayeron al suelo. Uno casi puede escuchar el golpe de las piedras y el polvo que se levantaba.
Si se nos hace difícil tirar la piedra de rencores, podemos empezar por lo menos entregándoselos a Jesús, quien con delicadeza los pondrá en el suelo frente a nosotros. Libres de esa carga, estaremos en el camino del perdón.

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